Por María del Carmen Fuentes / Televisión Camagüey
“Yo voy a morir, si es que me queda mucho de vivo. Me matarán de bala o de maldades”. Esta es una de las ideas en las que José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, alude a la muerte como parte de esa dicotomía existencial que nos define.
Junto a la vida, este hecho inexorable marcó la obra del Maestro. Su muerte el 19 de mayo de 1985, poco después del mediodía, se anticipó en sus ideas, en sus versos…
Por eso no es de extrañar que le escribiera a su madre: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas y sé que me esperan sólo combates y dolores en la contienda de los hombres a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos. La muerte o el aislamiento serán mi único premio”.
Martí murió precisamente como había anhelado: en el campo cubano, en medio del combate, bajo el sol ardiente de la primavera.
En muchas de sus consideraciones, lo mismo en forma de prosa, verso, epistolario, discursos, se lee su voluntad y aspiración de trascender por sus ideas entre su pueblo, más allá de la desaparición física:
...Qué hermoso sería morir a caballo, peleando por el país, al pie de una palma!... ...¨La vida humana sería una invención repugnante y bárbara si estuviera limitada a la vida en la tierra¨... ...¨La vida humana no es toda la vida. La tumba es vía y no término¨...¨ ...¨Otros lamenten la muerte necesaria , yo creo en ella como la almohada y la levadura y el triunfo de la vida ¨... ...¨Yo moriré sin dolor; será un rompimiento interior, una caída suave y una sonrisa¨... ...¨No hay más que un medio de vivir después de muerto: haber sido un hombre de todos los tiempos o un hombre de su tiempo¨...
El hombre que como bueno moriría de cara al Sol cae en combate, en la unión del Contramaestre con el Cauto. Ni el fuego graneado desde más de una posición impidió que la luz iluminara la grandeza de su figura hasta nuestros días.
Al morir, víctima de tres heridas: una con orificio de entrada en el cuello y salida por el labio superior; otra, con entrada en el puño del esternón y salida por la escápula izquierda y la tercera, que destruye los huesos de su pierna derecha, el Apóstol confirma la inmensidad de su pensamiento:
¨... para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre, mi único deseo sería pegarme allí al último tronco, al último peleador, morir callado. Para mí ya es hora¨....
Pero no es sólo esta carta dirigida a Federico Henríquez, el 25 de marzo de 1895, el fiel testimonio de un patriota que avizoraba una muerte cercana y necesaria.
En aquella inconclusa a Manuel Mercado del 18 de mayo de 1898, cuando apenas unas horas lo separaban de la muerte le decía: ¨... ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber”
Y así lo hizo a pesar de su corta pero fecunda existencia. Su muerte nos legó para siempre a un hombre de todos los tiempos.
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