jueves, 8 de octubre de 2009

El año más corto y fecundo del sinfonismo cubano

PEDRO DE LA HOZ

Anótese esta fecha: 7 de octubre de 1959. Se enmarca en un tiempo de sucesivas fundaciones para la cultura cubana, notables en medio de impactantes transformaciones revolucionarias. Si meses antes con la creación del ICAIC se daba un decisivo paso para el fomento de una cinematografía de aliento artístico y la apertura de inéditos horizontes estéticos para la población, y con la Casa de las Américas el nuestroamericanismo martiano, de signo opuesto al panamericanismo yanki, cobraba por primera vez un sentido práctico integrador en la vida espiritual de la región, la ley firmada por el Gobierno Revolucionario este día de octubre colocaba la primera piedra de un proyecto igualmente trascendente y, sin embargo, no tan recordado: la institución de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Quizás la falta de memoria alrededor de este hito tenga su origen, por una parte, en la distancia que medió entre el dicho y el hecho, y por otra, en los antecedentes mismos del acontecimiento. Ciertamente, en Cuba hubo, durante la primera mitad del siglo XX, una actividad sinfónica significativa, que osciló entre la constancia y la intermitencia, pues dependió de patrocinios y mecenazgos, y la resolución de individualidades que nunca olvidaremos, como el adelantado Amadeo Roldán, el iluminado Pedro Sanjuán, el empeñoso Gonzalo Roig y la buenaventura de que uno de los más destacados directores de la época, el austriaco Erich Kleiber haya recalado en la isla cuando su patria padeció la barbarie fascista.

Y luego de que se firmara la ley de 1959, fue necesario un plazo para organizar la institución. De modo que el primer concierto tuvo lugar el 11 de noviembre de 1960, o sea, un año y un mes después. No obstante resultó un lapso corto y fecundo. El tiempo se fue volando entre la convocatoria y los preparativos.

Como un símbolo de los nuevos tiempos quedó el carácter del programa inaugural, dedicado a la música de Alejandro García Caturla, bajo la dirección del primer titular del organismo, el maestro Enrique González Mántici. Tanto él como Manuel Duchesne Cuzán prestaron atención a la promoción del catálogo sinfónico de autores nacionales, misión que en igual medida acometieron con posterioridad Leo Brouwer, Iván del Prado, Gonzalo Romeu, Guido López Gavilán, Jorge López Marín, Zenaida Romeu, María Elena Mendiola, Enrique Pérez Mesa y Roberto Valera.

Por cierto, este último, uno de los más sobresalientes compositores cubanos contemporáneos, recordó hace unos días en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba a personalidades que estuvieron vinculadas con la formación de la entidad sinfónica —Carlos Rafael Rodríguez, Vicentina Antuña, Alejo Carpentier, Mirta Aguirre, José Ardévol, María Antonieta Enríquez, Enrique González Mántici, Edgardo Martín, Argeliers León y Juan Blanco—, y propició un homenaje a un instrumentista que a los 99 años de edad es puente entre los fundadores y los actuales miembros de la OSN, el excelente percusionista Domingo Aragu.

También Valera alertaba sobre la necesidad de proteger la memoria de la OSN. La institución no cuenta con un centro de información o una estructura funcional parecida que organice con todo el rigor documental requerido sus programas de mano, que registre sus éxitos y sus fracasos, que confeccione la base de datos de su actividad, las críticas recibidas, la correspondencia histórica, las estadísticas, la relación curricular de los artistas invitados, los encargos que pudiera realizar, que actualice sus partituras y partichelas, que dirija la investigación relacionada con ella, en fin, su historia viva.

Al sumarnos a ese reclamo lo hacemos convencidos de que los años por venir de la OSN tendrán que ser mucho más pujantes que los pasados, a partir del talento y la experiencia acumulados.

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