No hay sistema de salud en el mundo capaz de acabar con el dengue sin la participación de la comunidad, y las medidas que se adoptan tienen que ser siempre colectivas, vinculadas principalmente con la erradicación de los criaderos de Aedes aegypti, que están dentro o muy próximos al domicilio.
Esa verdad como un templo hay que respaldarla con acciones individuales y colectivas. Cualquier cubano conoce hasta la saciedad la vida y costumbres de este "familiar" mosquito y la forma de combatirlo, en apoyo a la sistemática lucha antivectorial de las autoridades de salud, que emplean para ello cuantiosos recursos.
No habría siquiera que recordar que, durante el breve tiempo de vida de este vector la hembra tiene la capacidad de poner como promedio 300 huevecillos, que pueden mantenerse vivos hasta un año; o que el Aedes deposita sus huevos en cualquier depósito capaz de acumular agua —hasta en una cáscara de huevo—, y son septiembre, octubre y noviembre, históricamente, los tres meses en que se produce la mayor alza en el país de este peligroso vector.
Cada paso que se avance en la batalla por su erradicación no puede ser presa de descuidos o indisciplinas sociales, teniendo en cuenta, además, que nuestra pequeña isla está enclavada en una zona geográfica donde el dengue sigue constituyendo un azote mortal.
En la actualidad los mayores índices de infestación están en la provincia de Ciudad de La Habana y los municipios de Santiago de Cuba, Guantánamo, Bayamo, Camagüey y Santa Clara, aunque ningún territorio puede menoscabar el riesgo.
Como impulso a la necesaria labor de saneamiento sería necesario analizar la conveniencia de recabar el apoyo de integrantes de nuestras organizaciones políticas, sociales y juveniles, para en sistemáticas movilizaciones dar una batida conjunta, barrio por barrio, a los potenciales criaderos del Aedes aegypti. Esa batalla de todos se convertiría en una contribución decisiva a favor de la salud de nuestras familias.
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