lunes, 19 de octubre de 2009

Amamantar la Identidad Nacional Cubana

Por Noel Manzanares Blanco / Televisión Camagüey

Al celebrar este 20 de octubre el Día de la Cultura Cubana —festejo establecido nacionalmente como homenaje al mismo día que en 1868, en medio de la lucha independentista contra el colonialismo español, patriotas bayameses por primera vez entonaron las notas del Himno Nacional—, considero oportuno una vez más significar el papel de la Identidad Nacional Cubana (INC —o Cultural, si así se prefiere) para enfrentar las amenazas internas y las provocadas por el desorden mundial.

(Asumo por Cultura al resultado y quehacer continuo de la obra humana a favor de la virtud contra instintos animales, todo lo cual ha sido legado de generaciones en generaciones desde tiempos remotos atendiendo a cada contexto histórico-concreto, cuya función cada vez más radica en satisfacer las necesidades materiales y espirituales de las personas en un medio que privilegie armonía con la sociedad y la naturaleza. Su núcleo duro debe ser la lucha por la fraternidad, la dignidad, la equidad y la felicidad de todos los pueblos, en contracorriente con la degradación de nuestra especie).

A grandes pasos, hay que recordar que tras la caída del socialismo de corte soviético, a escala planetaria llovían las apuestas a que Cuba sería la próxima víctima. La “lógica” indicaba que, si Moscú creyó en lágrimas, cómo su “satélite” instalado en la Mayor de las Antillas iba a dejar de corres la misma suerte. Pero, al cabo de dos décadas, además de hacerse terrenal el milagro, la Revolución en el archipiélago cubano asiste a un proceso de perfeccionamiento.

Paralelamente, las relaciones internacionales fueron acuñadas con el término de Globalización Neoliberal, entre cuyas principales características no solo se encuentran la Unipolaridad vs. la Multilateralidad, sino también el intento de implantar una homogeneidad hegemonizada —revitalización ampliada de la doctrina Monroe: América para los yanquis y el mundo Made in USA.

Es decir que a partir de la encrucijada de los siglos XX-XXI, como jamás en la Historia, encaran un intento de secuestro las Identidades Nacionales: conceptualmente, el proceso que sintetiza y tipifica a cada pueblo (por su cultura, lengua, idiosincrasia, autorreconocimiento, sentido de pertenencia...), de acuerdo con los valores que están en juego en un momento histórico dado (materiales y espirituales), lo que simultáneamente se distingue y asimila lo global, lo universal (la transculturación necesaria e inevitable). Cuba está insertada en ello —y desde el punto de vista identidario, se aplica tal conceptualización.

(También asumo por Valores —amén de la estima por el patrimonio tangible—, al conjunto de ideas que, al tiempo que permiten convivir en el marco de la decencia, contribuyen a la positiva transformación de la sociedad toda vez que se haga conciencia de ellas y, más aún, se incorporen a la actuación del sujeto, a tenor con las exigencias de cada contexto específico. En su expresión práctica, evidencian la utilidad de la virtud —en consonancia con el Héroe Nacional de Cuba, José Martí).

Prueba fehaciente de la agresión a dichas Identidades está en la extendida yanquimanía (culto a ciega a cualquier factura de procedencia Norteamericana), tanto más si se tiene en cuenta que son de empresas de esa nación el 50 % de las películas que se elaboran y se exhiben en el mundo; el mismo por ciento de los satélites que llegan a todas las regiones del planeta; el 60 % de las redes mundiales; el 70 % de los videos; similar por ciento en Internet; y cerca del 80 % de los seriales televisivos.

En este orden de pensamiento, hay que tener en cuenta que la INC, según el sabio cubano Don Fernando Ortiz, incluye dos núcleos fundamentales: uno, la cubanidad, entendida como la principal peculiaridad de la cultura de Cuba; otra, la cubanía, asumida como la cubanidad plena y responsablemente, sentida conscientemente y deseada. Son elementos que sirven de buena compañía.

Mucho más por cuanto en la perspectiva queda mucho por hacer contra la voraz Globalización Neoliberal y la agresividad del Águila yanqui contra nuestro Caimán Verde, siempre debemos cuidar la INC como a la niña de nuestros propios ojos. En consecuencia, constantemente hemos de alimentar valores tales como la dignidad, el patriotismo, la responsabilidad, el humanismo, la honestidad, la justicia, la solidaridad, la laboriosidad y la honradez –encarados como un sistema, según percepción del Partido Comunista de Cuba.

Con la cosmovisión de José Martí, debemos alimentar la dignidad o sea, el respeto a sí mismo y a la humanidad desde su idea según la cual la ley primera de nuestra República ha de ser el culto de cubanas y cubanos a la dignidad plena de la persona; el patriotismo, es decir la lealtad a la historia, la patria y la Revolución socialista, y la disposición plena de defender sus principios para Cuba y para el mundo, con su máxima de que “Patria es humanidad”; y la responsabilidad, que es el cumplimiento del compromiso contraído ante sí mismo, la familia, el colectivo y la sociedad, y que —de acuerdo con el propio Martí— significa que ver un deber y no cumplirlo es faltar al mismo.

También, con la impronta del compañero Fidel Castro hemos de asumir el humanismo como el amor hacia los seres humanos, y la preocupación por el desarrollo pleno de todos sobre la base de la equidad, con la convicción de la necesidad de “ser tratados y tratar a los demás como seres humanos”; la honestidad, que implica sinceridad, y lograr armonía entre el pensamiento, el discurso y la acción, y sobretodo “no mentir jamás ni violar principios éticos”; y la justicia, interpretada como el respeto a la igualdad social que se expresa en que los seres humanos sean acreedores de los mismos derechos y oportunidades, sin discriminación por diferencias de origen, edad, sexo, ocupación social, desarrollo físico, mental, cultural, color de la piel, credo y de cualquier otra índole; y con el firme propósito de “luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo”.

Asimismo, la solidaridad, entendida como el comprometimiento en idea y acción con el bienestar de los demás en la familia, la escuela, los colectivos laborales, la nación y hacia otros países; la laboriosidad, que constituye el máximo aprovechamiento de las faenas en la producción o los servicios y otras actividades sociales que se realicen, a partir de la conciencia de que el trabajo es la única fuente de riqueza, un deber social y la vía para la realización de los objetivos sociales y personales; y la honradez, reflejada en la rectitud e integridad en todos los ámbitos de la existencia humana, y en la acción de vivir de su propio trabajo y esfuerzo.

Por lo tanto —y en última instancia—, el aspecto cardinal de nuestra Identidad tiene un eje: ser-querer-defender-enriquecer lo nuestro, con sano orgullo de pertenencia y asimilando lo mejor de la cultura universal. Así —en un contexto signado por el desorden internacional en el cual es apremiante solucionar la contradicción Globalización Neoliberal vs. Identidades Nacionales—, tributamos a que, más temprano que tarde, en el mundo impere la Globalización de la Fraternidad.

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