Pedro Álvarez Tabío
Cuesta trabajo admitir que hayan pasado ya 30 años desde aquella tarde gris de enero de 1980 en que, con el corazón a flor de lágrimas, nuestro pueblo acompañó a Celia hasta lo que sería no su último, como se suele decir en manida frase, sino su primer descanso en una vida consagrada por entero a la Revolución. Y ello es así no solo por lo rápido que ha transcurrido la vida en estos años cargados de lucha, esfuerzos y victorias, sino, sobre todo, porque cuán presente la sentimos todavía entre nosotros, cuán vigente sentimos su obra fecunda y su ejemplo incomparable.
Es tan fuerte su presencia que, para quienes tuvimos el privilegio excepcional de conocerla, nos parece estarla viendo todavía con su caminar inquieto, con su dulce sonrisa, con su palabra siempre afectuosa, con su modestia ejemplar, con su orientación certera para la solución de los problemas cotidianos del trabajo, con su exigencia implacable por el cumplimiento responsable de cada tarea, con su pasión encendida en la defensa de los principios éticos, ideológicos y políticos de nuestra Revolución, su Revolución, por la que dio todo lo mejor de ella misma hasta el último aliento de su vida combatiente.
Pero lo que causa aún mayor asombro es que Celia siga estando en el corazón incluso de los revolucionarios cubanos que hoy no tienen edad suficiente para haberla conocido. ¿Por qué, por ejemplo, cuando apareció su imagen en el acto del Parque Céspedes de Santiago de Cuba, en la conmemoración del aniversario 40 del triunfo de la Revolución, aquella plaza llena mayoritariamente de jóvenes que no la conocieron rompió en una de las más sonoras y sentidas ovaciones que se escucharon esa noche? Porque no cabe duda de que, aun cuando se haya sucedido ya más de una generación completa de cubanos, Celia sigue siendo el corazón, sigue siendo la conciencia, sigue siendo el espíritu revolucionario del pueblo.
Siempre he pensado que la proyección de Celia en la historia más reciente de la Patria pudiera resumirse en tres palabras.
La primera, fidelidad: fidelidad al pueblo, a la Revolución, a Fidel. En el fondo, el papel desempeñado por Celia desde que echó su suerte junto al pueblo, no fue otro que ser la más fiel intérprete y ejecutora del pensamiento creador del Jefe de la Revolución. El primer ejemplo que nos da Celia es el de su lealtad incomparable hacia Fidel, su identificación absoluta con el pensamiento y los sentimientos del Jefe de la Revolución. Adonde no podía llegar Fidel, porque el tiempo no le alcanzaba, allí estaba Celia; lo que no podía conocer por falta de oportunidad, ella se ocupaba de averiguarlo. Lo mantenía al tanto de las inquietudes, preocupaciones e intereses del pueblo, de sus reacciones ante los hechos de la Revolución, de sus opiniones sobre alguna deficiencia en la gestión del Estado. Y el pueblo, en su infalible intuición, lo sabía. Así como en Fidel, Celia veía al pueblo, en Celia el pueblo veía a Fidel.
En un memorable encuentro hace algunos años con los trabajadores del Consejo de Estado, el Comandante en Jefe se refirió a Celia con palabras que resumen de la mejor manera posible lo que significa Celia para todos los cubanos revolucionarios. Decía Fidel:
"He tenido siempre una confianza ilimitada [...] en las cosas que organizó Celia, cuya mano, cuya idea no está ausente en nada de lo que podamos ver [...] en cualquier tarea: la forma en que se consagraba, el arte con que hacía las cosas, el amor con que las hacía, la forma en que educaba a las compañeras y a los compañeros y, sobre todo, la consideración que les tenía a todos, la forma en que conocía a todos y apreciaba el trabajo de todos. Yo tenía una gran confianza en todo lo que ella hacía, cuando organizaba, seleccionaba, ayudaba y educaba."
Palabras estas que nos comprometen a estar cada día a la altura de lo que Celia esperó siempre de nosotros: trabajadores revolucionarios esforzados, honestos, austeros, modestos, y, por encima de todo, fieles al pueblo, a la Revolución y a Fidel.
Decir Celia es, en segundo lugar, decir entrega: entrega absoluta a la causa del pueblo, entrega total a la obra de la Revolución y de Fidel, entrega irrestricta al trabajo creador.
Y decir Celia es decir también sensibilidad, sensibilidad humana en su marcada capacidad para sentir las preocupaciones y aspiraciones de las masas, para entender la razón de una demanda popular, para compartir con el pueblo los júbilos y dolores grandes y pequeños. Es, en lo individual, su evidente facilidad para calar en la motivación de una conducta, para conmoverse genuinamente ante una pena de otro o participar de su alegría. Es su delicadeza y tacto en el trato con los demás, especialmente con la gente más humilde. Es su sonrisa y su dulzura, y su energía y fortaleza de carácter. Es su generosidad y su disposición a comprender.
Miles de anécdotas atestiguan esa su cualidad más hermosa, que fue su incapacidad para permanecer indiferente ante cualquier necesidad individual o social del pueblo. Y el pueblo también lo sabía. ¿Cuántas veces no se escuchaba decir: "Si Celia lo sabe, se arregla, si Celia interviene se resuelve"? Y así era.
Y sensibilidad revolucionaria era su ejemplo de tesón y trabajo, la intransigencia ante lo mal hecho, la exigencia extrema por la calidad de un producto o un servicio cuyo destinatario fuera el pueblo, o por el incumplimiento de un compromiso establecido. Era su lucha contra la indolencia y la irresponsabilidad en todas las esferas del trabajo. Sensibilidad revolucionaria en Celia era la confianza decidida que tuvo siempre en las masas del pueblo.
Proverbial en su modestia, lo era también en su austeridad. En cuanto al ejemplo de una conducta personal austera y modesta y la intolerancia del menor asomo de debilidad en este aspecto por parte de cualquier cuadro revolucionario, Celia encarna hasta hoy la conciencia moral de la Revolución.
Sin embargo, por enorme que sea la contribución física y material de Celia a la Revolución, lo fundamental de su aporte no está en su papel en la preparación de las condiciones para el recibimiento de la expedición del Granma, en su decisiva contribución a la sobrevivencia de Fidel y otros expedicionarios, lo cual hubiese sido suficiente para elevarla a los primeros planos de la historia de la Revolución y de la Patria, ni en su crucial participación en la guerra, ni en las responsabilidades desempeñadas después del triunfo revolucionario y el enorme trabajo realizado desde ellas; no está en los cientos de obras ejecutadas y los innumerables planes y proyectos materializados por ella. Lo esencial de la contribución de Celia a la Revolución es su presencia: presencia de autoridad, energía y dulzura, de sensibilidad humana y estética, de íntimo contacto con el pueblo, de acendrada modestia, de dedicación absoluta, de austeridad e intransigencia, de vital alegría; presencia de disciplina, lealtad y espíritu revolucionario; presencia, en una palabra, de amor al pueblo y a la Revolución. La contribución capital de Celia sigue siendo su ejemplo: de mujer, de cubana, de patriota, de internacionalista, de luchadora, de revolucionaria, de comunista, de fidelista.
Una vez iniciada la guerra revolucionaria, correspondió a Celia la vital función de retaguardia principal del Ejército Rebelde durante los duros meses iniciales de la lucha en las montañas de la Sierra Maestra, y de nervio y músculo de esa actividad después de su incorporación definitiva a la guerrilla en octubre de 1957, a la par que desempeñó con esmero y amor el papel de madre, más que compañera, de todos y cada uno de los combatientes rebeldes, los campesinos de la Sierra y sus familias. Y luego, por si fuese poco, asumió desde la misma Sierra la condición de albacea documental de la Revolución, gracias a cuya certera visión, agudo sentido de la historia, a su celo febril y pasión obsesiva por conservar los documentos de esa historia, es posible hoy reconstruir el relato minucioso y veraz de aquella lucha.
Fue esa labor múltiple, eficiente e incansable la que motivó que el propio Fidel escribiera un día que, "en cuanto a la Sierra, cuando se escriba la historia de esta etapa revolucionaria, en la portada tendrán que aparecer dos nombres: David y Norma", es decir, Frank País y Celia.
Mucho menos podrá ser abarcada en toda su vasta dimensión la contribución polifacética y esencial de Celia a la obra de transformación de la sociedad cubana emprendida a partir de la victoria del Primero de Enero de 1959. No hay rincón de Cuba, ni del territorio ni de la sociedad cubanos, donde no esté materializado el corazón y presente la mano de Celia en una obra destinada al embellecimiento del medio y al beneficio del pueblo. La lista es interminable y no es posible su enumeración en este espacio. Porque la realidad es que en toda Cuba, de un extremo a otro, Celia pasó por todas partes, y por dondequiera que pasó sembró con sus obras belleza y amor.
"Cada día veo lo necesaria que era para Cuba esta Revolución", escribió Celia en carta a su padre desde la Sierra Maestra. "Se gestó una conciencia revolucionaria y la hemos llegado a conseguir [...] Ahora el pueblo tiene conocimiento de sus propios sentimientos y la Revolución va por encima de todo".
He ahí el legado de Celia: la Revolución por encima de todo.
El recuerdo de Celia, de su vigencia plena, de su ejemplo, debe mantenerse vivo en nuestra conducta diaria como cubanos revolucionarios, como mejores seres humanos. Es nuestro deber para con aquella mujer inolvidable.
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