jueves, 9 de julio de 2009

En crisis, hasta la utopía

Por: Ernesto Pantaleón Medina | Televisión Camagüey

Los soñadores, los utópicos, esos seres admirables e ingenuos que muchos critican, están en crisis, al igual que la economía mundial que se desmorona al mismo ritmo galopante con que ven desparecer sus esperanzas los pobres.

Y me remito a nueve años atrás, cuando se trazaron los Objetivos del Mileno, entre los cuales figuraba en primer lugar la erradicación de la pobreza.

Si no fuera trágico, movería a risa sólo pensar que los “muy, pero muy ricos” renuncien a una parte insignificante de sus ganancias (se dice que sólo cinco centavos por cada cien dólares) preocupados por aquellos que no tienen un mendrugo que llevar a la boca de sus hijos en cualquiera de esos países en que ¿no se explican por qué? las indígenas o las negras paren tantos niños.

Y crecen por semana las cifras fatales, hasta alcanzar un estimado a no muy lejano plazo de más de 200 millones de desempleados en todo el mundo. Súmese ese mar de gente en la calle, abandonada a su suerte (¿existe para ellos algo que no sea la mala suerte?) a los 900 millones que pasaban hambre antes del desencadenamiento de la crisis económica, y se tendrá una idea aproximada del sismo.

Pero volvamos a los Objetivos del Milenio: Establecimiento de la Educación Primaria Universal, Disminución de la Mortalidad Infantil y Materna, Detención del VIH-SIDA.

¿Imagina alguien a un niño que, allá en su remota aldea de Guatemala, Honduras o cualquier otra nación de las “no favorecidas por la suerte” se acostó la noche anterior con el estómago vacío, y se despierta temprano, sólo para ver prolongar su ayuno? ¿Puede usted pensar en un aula, en cuadernos y lápices?
Pero siguen las interrogantes: ¿De qué aula hablamos, qué cuadernos, qué lápices y qué maestro?

Simplemente, se trata de un callejón sin salida el cual va más allá del interés de una familia que no tiene siquiera unos centavos para comprar unas tortillas de maíz con que calmar a los famélicos muchachos.

Claro, podría decirse que el maíz se cultiva en cualquier “milpa”, pero ¿en tierra de quién? Porque vale la pena recordar que en este mundo todo tiene su dueño, y no es precisamente el padre de familia de nuestra historia.

¿Menos mortalidad infantil? ¿Lucha contra el SIDA? Todos esos loables empeños pasan por el mismo análisis, salvo la honrosa excepción que significan los miles de médicos y enfermeras de una diminuta isla del Caribe, que se empeñan en poner el corazón y los sentimientos por encima de la aritmética del “tanto tengo, tanto valgo”, esa misma asignatura que ha condenado a muerte los sueños de unos hombres y mujeres buenos que tuvieron una utopía llamada Objetivos del Milenio.

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