lunes, 6 de julio de 2009

El inmenso legado de Guayasamín

Se cumplen 90 años del natalicio del gran artista y amigo de Cuba

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Cuando se cumplen hoy 90 años de su nacimiento, la obra del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín se nos presenta como una de las más portentosas creaciones humanas y uno de los símbolos que reivindican la necesidad del arte para la liberación social y espiritual.

Comparable al legado de los grandes muralistas mexicanos (Rivera, Orozco y Siqueiros), de nuestro Wifredo Lam con su singular amalgama de trazos etnoculturales, y del brasileño Cándido Portinari, quien hizo de la modernidad un culto autóctono, la saga de Guayasamín testimonia el lanzamiento hacia el futuro de una cultura ancestral nuestroamericana, reivindicadora de las identidades originarias y transida de anhelos emancipatorios.

No podía ser de otra manera la impronta de un artista de extraordinario talento, nacido de una familia de padre indio y madre mestiza. Junto al aprendizaje del oficio y los secretos de la pintura —matriculó en 1932 en la Escuela de Bellas Artes de Quito—, vivió intensamente los conflictos étnicos y de clase en su país, con lo que ganó una temprana comprensión del entorno social en que debió desenvolverse como artista.

Esa percepción se hizo todavía más fuerte en la medida que fue descubriendo realidades semejantes en América Latina. Trabajó en México como asistente de Orozco; viajó por Perú, Brasil, Chile y Argentina durante los años cuarenta, y entabló amistad con Pablo Neruda.

En su obra se pueden establecer tres momentos fundamentales. Entre los cuarenta y los cincuenta transitó por Los caminos de llanto, en el cual la figuración se va haciendo cada vez más intensa en el reflejo de los rasgos de las comunidades originarias y el sufrimiento secular al que han sido sometidas primero por el colonialismo español y luego por las oligarquías locales.

Un punto cenital vino después con La edad de la ira. Cuando en 1961 expuso las obras de esta serie, la crítica y los espectadores presenciaron la madurez de un artista que mediante una impecable factura y dominio de las herramientas expresivas lograba resumir metafóricamente la insumisión ante la barbarie y el dolor. La maternidad dolorosa ocupa un espacio representativo en esos cuadros.

Más tarde ese canto a la maternidad, que es en definitiva un canto a la fecundidad, a la creatividad y al triunfo de los valores humanistas se puso de manifiesto en la serie La edad de la ternura, compuesta por más de un centenar de piezas pintadas entre 1988 y 1999, justo antes de morir.

Las grandes dimensiones sedujeron al artista. Sobresalientes son sus murales en el Congreso ecuatoriano, en la sede parisina de la UNESCO y en la sede permanente del PARLATINO.

Pero indudablemente su mayor monumento es La Capilla del Hombre, un cuerpo arquitectónico de tres pisos en un terreno de alrededor de 2 500 metros cuadrados, en Quito. "Quiero expresar toda la tragedia que hemos tenido a través de nuestra vida y de nuestra historia en América Latina", dijo el artista al acometer el colosal proyecto emprendido a partir de 1995 y cuya realización no pudo ver concluida. "Es un llamado a la unidad de América Latina, de México a la Patagonia, un solo país", enfatizó.

Entre nosotros los cubanos, Guayasamín encontró hogar y estímulo. "Soy un fidelista", dijo más de una vez. Retrató al líder histórico de la Revolución Cubana y sostuvo con él una entrañable amistad. Fidel asistió en noviembre del 2002 a la inauguración de la capilla en compañía de un grupo de destacados pintores cubanos de distintas generaciones. Al intervenir en el acto, calificó a Guayasamín como "genio de las artes plásticas, gladiador de la dignidad humana y profeta del porvenir".

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