Por:Néstor Núñez
Uno de los grandes desafíos latinoamericanos es y será la defensa de sus enormes recursos naturales frente a la voracidad de los grandes polos imperiales.
No se trata de un burdo enunciado político con sabor catastrófico. Es, por desgracia, enorme reto, gran responsabilidad y realidad vigente.
Hace unos días llegó la noticia de que el gobierno peruano decretó el estado de emergencia en zonas selváticas ante las protestas de los lugareños frente a las arbitrariedades de empresas extranjeras que se dedican a la búsqueda y explotación de hidrocarburos en la Amazonia. Tales consorcios actúan como verdaderos conquistadores.
Crean sus propios ejércitos, contaminan las aguas y el aire, desforestan sin mayores reparos, y comenten toda suerte de desmanes contra las tribus autóctonas.
No es, por cierto, situación inédita. Quien haya sobrevolado la mayor selva del orbe, habrá constatado con alarma las extensas zonas de bosque devastadas y dedicadas a la explotación mineral, maderera o ganadera, mientras pululan las denuncias de incursiones de gigantes químicos y farmacéuticos occidentales en busca de muestras de biodiversidad para tan lucrativa industria.
Hace poco la prensa recordaba incluso cómo en no pocas escuelas norteamericanas se enseña que la Amazonia es una suerte de tierra de nadie, donde las grandes naciones y en especial los Estados Unidos, deben hacerse presentes para “proteger” sus riquezas y darles “utilización adecuada.”
En tiempos de crisis global, donde la creciente carencia de recursos naturales es uno de los graves problemas vigentes, todo este conjunto de manifestaciones se transforma en tema de alto riesgo para las naciones que comparten el gran espacio verde del planeta.
Nadie debe pasar por alto los intentos expresos de las potencias industriales por “internacionalizar” la pretendida custodia de la Amazonia a cuenta de lo que declaran como “incapacidad” de los sudamericanos para proteger, conservar y hacer uso racional de sus enormes potencialidades.
En resumen, cuestionar la soberanía de América del Sur sobre las tierras amazónicas no es ya idea de ricachones encerrados en sus gabinetes, sino intención manifiesta de poderosos grupos de poder capaces de cualquier fechoría para satisfacer sus apetencias.
En consecuencia, el Sur de este hemisferio no debe ni cerrar los ojos ni entregarse a compadreos que, al final, solo debilitan su autoridad sobre lo que legítimamente le pertenece.
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