martes, 10 de febrero de 2009

Las comparaciones, a veces, son necesarias

Por:Ernesto Pantaleòn Medina

El 8de septiembre de 2008, los cubanos recibieron (y de qué manera) una mala noticia: el huracán “Ike” había destrozado una buena parte del país, pero el día 9 ya teníamos otra noticia, esta vez buena: el pueblo se levantaba sobre los escombros y árboles caídos, sobre las cosechas arrasadas, y como un solo brazo se lanzaba a la recuperación.

Unas semanas más tarde, otro fenómeno meteorológico de gran intensidad, “Paloma”, atravesó la región oriental del archipiélago y dejó un triste rastro de derrumbes e inundaciones.

Sin detener las labores que habían emprendido, miles de hombres y mujeres debieron tensar sus fuerzas para resistir el azote, que sólo en Santa Cruz del Sur, población costera de la provincia de Camagüey, derribó casi 300 inmuebles y dañó severamente otros 200. Un par de meses después se alzan las edificaciones de lo que será el nuevo asentamiento, en una zona más segura, alejada del litoral.

Desde regiones menos afectadas, y aún de las que sufrieron el embate de la naturaleza, acudieron brigadas de constructores, electricistas y personas no especializadas, como los campesinos que se empeñaron de inmediato en la restauración de las casas de curar tabaco en Pinar del Río.

Cientos de miles de evacuados recibieron albergue seguro en escuelas u otras instalaciones lejos de las zonas de peligro, y que por sus condiciones garantizaban la seguridad del más preciado bien en la Cuba de hoy: la vida humana. Atención médica, información constante a través de la televisión y la radio, alimentación adecuada, incluso la prescrita a ancianos, enfermos o niños pequeños, se mantuvieron de manera estable, junto a lo más trascendente en situaciones como las descritas: la solidaridad, una mano amiga en el lugar y el momento precisos .

Y aunque las comparaciones pudieran a veces no ser buenas, en algunos casos son necesarias y definitorias.

Varios años después del “Katrina”, miles de norteamericanos negros no tienen vivienda, ni apenas servicios de salud y la educación exhibe grandes brechas.

Un elevado por ciento de la población de Nueva Orleáns no ha retornado a sus lugares de residencia, ni existen datos que permitan vaticinar un pronto regreso, porque ¿dónde acomodarse para reiniciar una vida que se llevaron las aguas? Miles de casas derrumbadas o arrastradas por las inundaciones aún esperan por un modesto esfuerzo constructivo que no llega.

Ninguna autoridad fue capaz de prever el desastre, ni hay al parecer quien lo remedie.
Y lo que es peor: ¿a quién acudir? que se sepa, no existen en los Estados Unidos sociedades protectoras del negro, tampoco las hay que se ocupen del indio o del pobre, a favor de quienes ninguna mano se levanta, como no sea con un imperativo ademán, ese que coloca un dedo vertical sobre los labios, y que pareciera decir: “silencio, hombres y mujeres sin derechos”.

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