viernes, 27 de noviembre de 2009

S.O.S mujeres naufragan…

Por Ernesto Pantaleón Medina / Televisión Camagüey

Miles de mujeres mueren cada año en el mundo víctimas de la violencia familiar, en cruentos sucesos pasionales, o por complicaciones propias del parto, en países donde la atención médica es un lujo.

Durante su corta existencia, las habitantes de remotas aldeas en América Latina, África o Asia, juegan numerosas veces a la ruleta rusa de traer un hijo al mundo, acto natural, pero que en las precarias condiciones en que transcurre su cotidianidad, puede costarles la vida.

Pero hay otra espada de Damocles que pende “a tiempo completo” sobre las femeninas cabezas: el desempleo, sinónimo de hambre, desalojo, prostitución, y una interminable lista de desgracias que la familia sufre, pero ellas con particular rigor.

Antes de que en diciembre 3l se hagan escuchar las l2 campanadas anunciando el albor de un nuevo año, podrían sumar 22 millones las mujeres que han perdido su puesto laboral, debido a la crisis económica que recorre el planeta.

Según los expertos, América Latina y el Caribe constituyen el área más afectada, con especial incidencia en sectores como la agricultura, los servicios domésticos o los empleos temporales, en los que mayoritariamente obtienen trabajo las féminas, dadas las reales y al parecer insalvables diferencias de género, que no son otra cosa que un abismo abierto durante siglos entre las oportunidades que se ofrecen a uno y otro sexo.
Mientras ellos, con más o menos fortuna, pueden esgrimir relativas garantías legales, ellas carecen de protección a sus derechos, y se consumen en la búsqueda de un “empleo decente”.

Aquellos que han tenido la oportunidad de recorrer países del “tercer mundo” coinciden en que son los rostros de las mujeres y los niños pobres los que constituyen la “viva estampa” de la miseria, y es que sobre ellos recae con fuerza letal el vacío dejado por un padre o esposo muerto, que los abandonó o simplemente se encuentra lejos de casa por tiempo indefinido en busca del sustento que, si llega, no alcanza.

Sume usted a ello las diferencias que se aprecian en muchos lugares en cuanto al salario por igual trabajo, el pago mísero que reciben en fábricas o maquilas improvisadas de países subdesarrollados; el riesgo de abuso masculino y las presiones de familias disfuncionales, y tendrá una idea aproximada de la realidad que enfrenta cada día el mal llamado “sexo débil” no sólo en naciones pobres, sino en esas “zonas negras” que traza la desesperanza incluso en prósperas ciudades de reconocidas potencias, que engañan a los ingenuos con el canto farisaico de las oportunidades.

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