Por: Moraima Borges Mariscal / Televisión Camagüey
Por qué iba a sentir Alcides Betancourt celos de Martí si Isabel Esperanza le había obsequiado una rosa y lo eligió a él para el baile en el concurrido salón de Nueva York, donde también estaba el poeta.
Diez años guardó Alcides la flor; el 14 de noviembre de 1892, cuando se casaron, todavía la conservaba entre sus libros favoritos. La camagüeyana, sin embargo, tenía unos versos escritos especialmente para ella “A Isabel Esperanza”. Era la excelsa pluma del cautivador poeta y orador de la independencia. Eran cuatro estrofas hechas con urgencias por José Martí.
Suficiente con leer algunos de sus versos para comprender la impresión que la joven había causado: ¿Que versos te ha de decir/ Quién queda con verte ir /Sin lira ya ha de tañer?
Martí le hizo ese poema y lo tendría Isabel guardado en su autógrafo. Del impacto que esto le ocasionó a su Alcides se lo preguntarían sus descendientes, tanta veces como leyeran la reliquia que ella atesoró junto al recuerdo imborrable de “el trato fino, distinguido y romántico” del poeta y, que ella narró, al paso de los años, “como un momento sagrado”.
El comportamiento social y feminista, en la vida de Isabel Esperanza, hace evidente que este recuerdo y estos versos vencieron cualquier posición de prejuicio; no aceptaría, de seguro, duda de las nobles intensiones del poeta para la amiga de lucha.
Esta camagüeyana nació con el comienzo de la guerra de los diez años: y en ese contexto de enfrentamiento supo asumir igual actitud de rebeldía con los conceptos de la época; su vida fue un reto eterno de creación, en un mar de conflictos.
No podía Alcides Betancourt, a pesar de las huellas del autógrafo de Isabel Esperanza, sentir dudas del amor sincero; ella lo hizo exclusivo en sus elecciones desde aquel encuentro en nueva York; basta con leer los versos que ella escribió para nadie más que para él.
A ti.
Cuando viene el albor de la mañana
mi sueño a interrumpir,
El primer pensamiento de mi mente
es para ti.
Cuando duerma en la tumba silenciosa
te he de esperar allí;
y si el destino en vida nos separa
la muerte nos va a unir.
(Isabel Esperanza Betancourt del Castillo).
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