jueves, 4 de junio de 2009

La Avellaneda en Camagüey

Por: Yuldys Márquez / Televisión Camagüey

Un 10 de junio de 1860, Gertrudis Gómez de Avellaneda, partió de Camagüey para nunca más volver. La insigne escritora había visitado su tierra natal, invitada por la Sociedad Filarmónica, para coronarla con flores. Un hecho que tuvo su antecedente, aunque en oro, en La Habana, y al parece los camagüeyanos no quisieron quedarse atrás.

Tula llegó el 17 de mayo, según cuentan las cónicas de la época bajo un pertinaz aguacero. Venía de Cienfuegos. Juan Torres Lasquetti (aunque trae equivocada la fecha del arribo de la Avellaneda a Puerto Príncipe), en su Colección de datos históricos- geográficos y estadísticos de Puerto Príncipe de 1888 afirma:

El 10 de mayo (de 1860) llegó a esta ciudad su más esclarecida hija, la Tula Avellaneda, que se hospedó en casa de una hermana, calle de la Soledad esquina a la de San Juan. No fue el recibimiento que se le hizo tan entusiasta y popular como era de esperarse, porque se la censuraba por los no conocedores de sus obras literarias, de indiferentismo con su tierra natal; más desvanecido el error se le prodigaba cordiales demostraciones de cariño.

El domingo tres de junio la Sociedad Filarmónica de Puerto Príncipe lleva a cabo en los salones de su local el homenaje a la Avellaneda. El lugar lo adornaron con muchas flores. Todo el Puerto Príncipe se vistió de gala para agasajar a su hija ilustre. Desde los más jóvenes hasta los entrados en años. Así lo relata Florinda Álzaga en su libro La Avellaneda: intensidad y Vanguardia:

Escoltada por señoras de la comisión llega Tula sobre las nueve. Doce caballeros la aguardaban en la entrada con hachones encendidos; la música dejó oír sus notas y, al pie de la escalera, la recibe, rodeada de jóvenes con coronas de flores naturales, la Marquesa de Santa Lucía. Tras conducirla, honores y halagos a su paso, a la silla que habría de ocupar en el escenario del teatro, doña Francisca Loret de Mola lee un poema compuesto para Tula por Esteban Borrero. El poema y la decoración del lugar responden a una misma idea, a un mismo sentimiento: el Tínima humilde que corre ligero por su Puerto Príncipe, no pudiendo brindarle grandeza, le ofrece sus flores.

A la ceremonia de bienvenida le siguió y un largo y concurrido programa, que estuvo matizado entre otras manifestaciones por: “la obertura de “L`assedio di Corinto” de Rossini, un “potpurri” a cuatro manos con temas de “La Favorita” tocado por dos niños, un duo de “Il Puritani” de Bellini, un poema de D. Antonio Nápoles Fajardo, el “Cucalambé”, una cavatina de “I due Fóscari” de Verdi y una danza integran la primera parte. Forman la segunda una fantasía al piano con motivos de “Lucrecia Borgía” de Beber, una cavatina de “La Favorita” de Donizetti, un poema de D. Francisco Agüero.”

La noche fue muy larga, la Avellaneda emocionada, con todo lo que había visto y escuchado, subió al escenario y leyó las palabras que por su importancia reproducimos a continuación.
Señores:

Un gran poeta ha dicho que las esperanzas y los recuerdos se cantan, pero que la felicidad presente sólo se goza en silencio. Yo reconozco ahora la verdad de estas palabras.

Al verme entre vosotros, entre los nobles hijos y las bellas hijas de mi suelo patrio; al escuchar los halagadores acentos de vuestro fraternal cariño; al recibir las tiernas demostraciones de esas simpatías que más que ningunas he ambicionado; al decirme a mi misma- este suelo privilegiado que piso es el mío, es el de mis abuelos; este ambiente balsámico que respiro es el aire natal, el que meció mi cuna: ese cielo magnífico, que se extiende sobre mi cabeza, es el que por primera vez vieron mis ojos… al sentir, digo, el cúmulo de inefables sensaciones que llenan y oprimen mi alma; en balde busco en el lenguaje humano voces con que expresarlas: en balde pido a la lira tonos dignos de alzar al cielo un himno de reconocimiento. El arca santa hería de muerte al temerario que osara tocarla: la felicidad-es heraldo fugitivo de la gloria celeste- cuando Dios se digan enviárnosla por un momento a la tierra de peregrinación, es también otra arca misteriosa que no permite llegue a tocarla ni aun la mano de rosa de la poesía.

¿Ni para qué lo hiciera? La poesía, señores, sabe embellecer lo visible y dar vida real a lo imaginado; pero ¡ah! No le fue dado arrancar del santuario del alma los secretos profundos del éxtasis de la dicha. Sólo Dios posee el incomunicable poder de prestar fórmula al infinito.

La poesía ¡oh! Hermanos y hermanas mías! no os traducirá nunca lo que me hacéis sentir en esta solemne noche. Lo que ella pudiera, ¡ah! Lo que ella sabría hacer, sería asociar un suspiro a los ecos del júbilo; sería lanzar en esta atmósfera de fiesta un recuerdo melancólico, que brota de mi corazón entre las palpitaciones de la alegría.

Sí; vosotros lo comprendéis ya. Este lúgubre traje con que asisto a los obsequios con que me honráis, os está recordando lo que yo no puedo olvidar ni aun en este instante feliz. Mi madre, vuestra hermana también, la hija más amante del suelo camagüeyano, duerme su sueño eterno en una tierra que no cubren las palmas y las cañas tropicales… que no será regada jamás por las flores queridas de las márgenes del Tínima.

Esta memoria tristísima- que no quiero despertar en vosotros- es el único de mis sentimientos que puede hallar sonidos en mi lira melancólica. Los demás, vuestros corazones los adivinan; mis acentos no aspiran a expresarlos. Yo os repito con Laimartine, que el poeta:

Enmudece en las delicias,
pues solo sabe llorarlas
eternizando el recuerdo
después que veloces pasan.

Luego de estas palabras, la Avellaneda abandonó el local y se fue a la morada de su hermana espúria, donde estuvo desde su llegada. Por cierto una hermana, que era hija de su padre con María Soledad Cisneros, y que se llamaba Gertrudis Gómez de Avellaneda, al igual que ella.

Además la residencia donde pernoctó estudiosos del tema aseguran que está relacionada con la construcción, años después, de un teatro que lleva el nombre La Avellaneda, en Camagüey.

Luego de la ceremonia y de recibir la condición de “Socia de Mérito” de la Sociedad Filarmónica de Camagüey, el nueve de julio 1860, por la noche, recibe otra demostración de afecto de la tierra que meció su cuna, sin pensar siquiera que esta era la última oportunidad que tenía Camagüey para agasajar a una las escritoras más relevantes que tuvo como hija. Una serie de serenatas le dan la despedida.

“la bella Tula se manifestó con todos tan amable, atenta y reconocida, como la hemos visto en todas las ocasiones, que ha recibido una prueba de estimación o cariño de sus paisanos”
El de 10 de junio de 1860, hace 149 años, partió Tula del Camagüey. Sus coterráneos aún se sienten insatisfechos por no haber tenido más oportunidad de honrarla. El Tínima siguió, en tiempos de aguas claras, irrigando sus flores, pero ni aún así su tumba en Sevilla, España, alcanzó el aroma de estas flores, pues quedó Gertrudis la igual que su madre durmiendo “su sueño eterno en una tierra que no cubren las palmas y las cañas tropicales… que no será regada jamás por las flores queridas de las márgenes del Tínima.”

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