Por María Antonia Borroto / Televisión Camagüey
Una de mis grandes frustraciones es no haber visto bailar en vivo a Antonio Gades. Tuve que conformarme con su imagen en el celuloide, en cintas, “Amor brujo” y “Bodas de sangre”, que me deslumbraron y mostraron que el cine no es únicamente eso que yo suponía, con una historia lineal, abundante palabrería y pestañas caídas. El cine, de la mano de Carlos Saura y de Antonio Gades, es también la música y la pasión de un baile que los cubanos casi sentimos como nuestro.
Recuerdo perfectamente mi descubrimiento de la hidalguía y elegancia de Gades. Debió ser, supongo, con “Carmen” y, estoy segura, a los quince años. Menuda edad para ver a Gades bailar en el Alhambra —no hay peor desgracia que ser ciego en Granada, reza uno de los más justos asertos a propósito de una ciudad inolvidable—; menuda edad para sentir el aire de Andalucía. Quiso la vida, el azar o el propio cine, que apenas unos meses después de la fascinación con el filme, recorriera esos parajes. De todas las ciudades visitadas, fue Granada la más especial. La sentía extrañamente familiar, tanto como esa ventanita donde, nos contaban en Fuentevaqueros, había vivido Lorca, el poeta que tan nítidamente describiera a su región luminosa y triste, el poeta que, cual sombra tutelar, se presiente en el baile de Gades.
Nunca más he visto el film que impresionó mis quince años. No sé, incluso, si era “Carmen”. Tampoco he vuelto a Granada, ni a Sevilla, Cádiz o Córdoba. Tampoco he vuelto a tener quince años. La vida, el azar o el propio cine han querido que tales ciudades y tales años sean solo un recuerdo, punzante y feliz; que sean, en fin, la semilla de mis más caras nostalgias. Por eso no hablo, no quiero ni puedo, sólo del Gades bailarín o comprometido con su tiempo: para mí, el bailaor es, ante todo, Andalucía, la magia, elocuencia y brío de una región de donde llegó parte de la savia que alimenta a nuestra cultura.
Por eso Gades, mi Gades, no ha muerto. Vive en su danza y en su región. Vive en su cine y, sobre todo, en la más querida imagen que de mí misma guardo.
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