La Habana, 14 dic.- Palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la clausura de la IX Comisión Mixta Cuba-Venezuela y al ser condecorado con la Orden del Libertador y recibir la Réplica de la Espada de Simón Bolívar, de manos del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías. (AIN).
Compañero Hugo Chávez Frías, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela.
Compañero Ramón Carrizales, Vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela.
Integrantes de las delegaciones de Cuba y Venezuela:
Se acaban de cumplir 8 años de la firma por el Presidente Chávez y el compañero Fidel del Convenio Integral de Cooperación entre Venezuela y Cuba, que marcó el punto de partida para un tipo de relaciones totalmente diferentes entre los pueblos latinoamericanos.
El impacto político, económico y social de ese acto se vería luego potenciado por el éxito de las misiones sociales iniciadas en el año 2003.
Esa decisión mostraba un nuevo camino a seguir entre dos países hermanos de la región, a la vez que elevó a un plano superior nuestros vínculos de cooperación y sirvió de fundamento para la firma, en diciembre de 2004, del Acuerdo y la Declaración Conjunta para la Aplicación de la Alternativa Bolivariana para Nuestra América.
Con justeza, esos documentos podemos considerarlos hoy como los antecedentes fundacionales del ALBA y aquel encuentro, su primera Cumbre.
Alienta confirmar que, durante los 8 años transcurridos, el Convenio Integral de Cooperación Cuba-Venezuela muestra un crecimiento sostenido y sus proyectos resultan cada vez de mayor impacto y complejidad.
Un solo ejemplo. Ocho años atrás, había en Venezuela un millón 600 mil analfabetos. Hoy Venezuela está reconocida por la UNESCO como país libre de analfabetismo.
Debemos trabajar ahora con celeridad para concluir los proyectos en ejecución. Resulta imprescindible identificar, como lo estamos haciendo, aquellos obstáculos que pueden demorar la consecución de los objetivos propuestos.
Compañero presidente Chávez;
Compañeras y compañeros:
El ALBA es una forma superior de asociación de nuestros países, un instrumento para que las naciones de América Latina y el Caribe puedan hacer frente al neoliberalismo, a la crisis y puedan transitar hacia sociedades más justas y equitativas.
El ALBA crece sin renunciar a una sola idea del sueño unitario de solidaridad y justicia para todos. Ayer fuimos dos, hoy somos seis, mañana seremos más.
Petrocaribe, fundado en el espíritu solidario de Venezuela, así como otras iniciativas de cooperación basadas en similares principios, se erigen como ejemplos de que un mundo mejor es posible.
En esas circunstancias, cuando como patriotas latinoamericanos y caribeños nos esforzamos para conseguir un día la unidad de todas nuestras naciones, recuerdo las palabras inspiradas de aquel joven soldado bolivariano, que acompañado por Fidel llegó hace exactamente 14 años a la Universidad de La Habana para decirnos:
“El siglo que viene, para nosotros, es el siglo de la esperanza; es nuestro siglo, es el siglo de la resurrección del sueño bolivariano, del sueño de Martí, del sueño latinoamericano”.
Compañero y hermano Chávez: tus premonitorias palabras comienzan a cumplirse; los sueños de ayer comienzan a hacerse realidad.
Agradecemos, a nombre de nuestro pueblo, la solidaridad generosa, tuya y de tu pueblo, con la Revolución cubana. Si hemos podido dejar atrás los años más duros del Período Especial, cuando resistimos solos la crisis económica y el bloqueo recrudecido, ello se debe no solo a nuestra unidad y espíritu de resistencia, sino también al decisivo apoyo recibido de la Venezuela bolivariana.
Igualmente agradecemos tu cariño y respeto por Fidel. Tu prédica constante a favor de la unidad de nuestros pueblos. Tu sentido de la dignidad y el decoro.
Te felicitamos a ti y al pueblo bolivariano, por la victoria obtenida en las recientes elecciones regionales. Les deseamos éxito en las nuevas batallas por venir. Les recordamos que de la victoria de Venezuela depende en gran medida la victoria en América Latina y el Caribe.
Mi admiración y amor por Venezuela y Cuba han marchado unidos desde que, siendo joven, tomaron forma en mi mente las ideas de Patria y hermandad.
No soy una excepción, ese sentimiento lo comparto con millones de mis compatriotas. Ha arraigado profundamente en el corazón de ambos pueblos durante dos siglos de anhelos, rebeldías y luchas comunes; de solidaridad y compromiso con la obra inconclusa de los próceres de la independencia americana.
Los cubanos sentimos a Bolívar nuestro, como Martí se consideró siempre hijo y humilde servidor de Venezuela.
Como él, no llegamos a esta tierra hermana pensando en recibir honores, sino para rendir tributo a un pueblo que ha estado junto a Cuba en cada momento difícil, esos que prueban a los amigos verdaderos.
Recuerdo cuánto nos angustió en 1958, mientras luchábamos en las montañas del Oriente cubano, la posibilidad de que se malograra el hermoso momento que vivía este querido pueblo.
Entonces escribí en mi diario de campaña:
“Domingo 7 de septiembre de 1958.— En Venezuela hubo hoy conato de golpe de Estado, sería terrible que a Venezuela, la natural aliada nuestra en las luchas futuras, a favor de la liberación económica y plena soberanía de la América Latina. Ojalá pueda sostenerse hasta que nosotros conquistemos la libertad para ayudarnos mutuamente.
El pueblo en magnífico avance contra las balas tomó la estación de policía.”
Viene a mi memoria también lo ocurrido en los primeros días de junio de 1953. Acababa de cumplir 22 años y llegué a Caracas desde el puerto de La Guaira, donde hizo escala, después de tocar tierra en Curazao, el barco en que regresé a Cuba desde Europa, luego de asistir a un congreso juvenil.
Me acompañaron dos jóvenes revolucionarios guatemaltecos: Bernardo Lemus y Ricardo Ramírez; el primero llegó a ser un brillante profesor de economía, asesinado en la plenitud de su vida por la tiranía que oprimía a su país; el segundo después fue en su patria el comandante guerrillero Rolando, también ya fallecido.
Consecuentes con el ejemplo martiano, sin sacudirnos el polvo del camino llegamos directamente ante la estatua del Libertador. Faltaban menos de dos meses para el asalto al Moncada.
Cincuenta y cinco años después, con gran satisfacción he vuelto a esta tierra hermana para ante todo rendir homenaje a Bolívar y más aún ratificar el compromiso de hacer realidad sus sueños para Nuestra América.
Retorno con ese espíritu, convencido de que mucho de lo que Bolívar empezó aún está por hacer, y de que nos corresponde a nosotros, y a nuestros hijos y nietos, asumirlo.
Reitero, junto a Fidel, la máxima martiana, síntesis del sentimiento de todos los cubanos: “Déme Venezuela en qué servirla: ella tiene en mí un hijo”.
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