viernes, 31 de julio de 2009

La Casa Blanca mantiene su tufo bushista

Si en la Cumbre de las Américas de abril pasado, en Puerto España, el presidente Obama pretendió desmarcarse de su antecesor en los vínculos con América Latina, los últimos pasos muestran a su gobierno cual continuador de la política injerencista de la administración de George W. Bush.

Obama, no es lo mismo llegar al poder que gobernar.

El golpe de Estado en Honduras así lo confirma. Washington ha mantenido un doble carril que en la práctica sirve a los golpistas para ganar tiempo, sobre todo para reprimir e intentar doblegar la resistencia de las organizaciones populares de esa nación centroamericana.

Honduras pareciera no estar en el mapa para el presidente Obama, pese a que la mayoría de los gobernantes del área no deja pasar reunión para expresar su apoyo a la restitución del presidente Manuel Zelaya.

El propio Zelaya lo decía por estos días desde Ocotal, en la frontera de Nicaragua; desde allí exigió a Estados Unidos que aclare su postura respecto a la "dictadura de Micheletti". No es para menos, en Washington se critica al legítimo presidente y el gobierno de facto recibe un silencio cómplice.

La posición ambivalente de la Casa Blanca alienta a las autoridades de facto. A tenor con ello, la base yanki en Palmerola funciona cual si nada hubiera pasado y en Tegucigalpa los golpistas reciben con los brazos abiertos a una misión de congresistas republicanos, encabezados por Connie Mack, que avala la "sucesión presidencial".

A fin de cuentas, pareciera que entre la Casa Blanca y esos sectores de la derecha republicana, o demócrata, las diferencias parecen solo de matices cuando se trata de revertir el proceso de cambios en el "traspatio" y de atacar a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

En este contexto la administración Obama llevará a un nivel superior el Plan Colombia de Bush, para expandir la presencia militar norteamericana en ese territorio sudamericano.

Washington y Bogotá están por firmar un acuerdo que estipula "visitas más frecuentes" de aviones y barcos estadounidenses, que tendrán como asiento tres bases aéreas y dos navales, en la Bahía de Málaga, en el Pacífico; y en Cartagena, en el Caribe.

El objetivo de este andamiaje militar y de espionaje rebasa las fronteras colombianas y tiene las miras puestas en Venezuela y Ecuador, miembros, como la Honduras de Zelaya, del ALBA.

No puede escapar a Washington que se trata de una amenaza latente en el área, sobre todo luego del ataque del 1ro de marzo del pasado año a territorio ecuatoriano, con participación del Pentágono y de diversas agencias de seguridad estadounidenses.

Mientras Caracas ve con preocupación el pacto bélico entre EE.UU. y Colombia, Washington se encarga de enviar señales que confirman la hostilidad hacia la Revolución bolivariana y la continuidad de la política bushiana.

Por estos días la Casa Blanca se encargó de elevarle el nivel a la visita que hiciera a Washington una misión de dirigentes opositores venezolanos, encabezados por el alcalde metropolitano Antonio Ledezma.

Dan Restrepo, director para Latinoamérica del Consejo de Seguridad Nacional, y cercano colaborador del presidente Obama, recibió y dio el espaldarazo a Ledezma, en gesto que ni siquiera la administración Bush dispensó en su momento.

No pareciera esta una práctica muy "di-plomática" hacia un gobierno con el que Estados Unidos se ha propuesto "normalizar las relaciones".

Restrepo no fue el único anfitrión. La comitiva tuvo de interlocutores, además, a Craig Kelley, asistente del subsecretario de Estado para América Latina, así como a Kevin Whitaker, encargado de la región andina.

La misma agenda de trabajo cumplieron congresistas que son furibundos enemigos del proceso bolivariano y de los gobiernos progresistas de América Latina.

Para muestra un botón: Ileana Ros Lehtinen, defensora a ultranza del gobierno de facto hondureño, estuvo entre quienes se reunieron con la comitiva opositora venezolana.

Como si ello no bastara, en los días posteriores al golpe contra el presidente Zelaya, y justo después de recibirlo en el Departamento de Estado, la secretaria de Estado Hillary Clinton otorgaba en su despacho una entrevista al canal venezolano Globovisión.

No se trata de cualquier medio de comunicación. Ese canal tuvo una activa participación en el golpe de Estado de abril del 2002 y el paro petrolero contra el presidente Chávez. Eso lo saben bien en Washington, donde la Clinton parece no esconder su simpatía por el rol desestabilizador que ese medio golpista desempeña contra el gobierno de Chávez.

Con tales emanaciones, entonces, no hace falta mucho olfato ni emborronar más cuartillas para sentir y señalar el tufo bushista que emana desde la Casa Blanca. Como diría Chávez: "olor a azufre". ( ORLANDO ORAMAS LEÓN)

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