lunes, 16 de marzo de 2009

Al sur de Camagüey, una nueva historia

Ernesto Pantaleón Medina / Televisión Camagüey

Hace sólo unas horas escuché de un colega algunas consideraciones sobre un lugar que, con absoluta propiedad, puede decirse, nació con la Revolución, puesto que no existe otra forma para expresar ese momento en que los hombres y mujeres ven surgir la dignidad y el decoro donde antes predominaban el abandono, la sin razón y el sufrimiento sin límites de una mayoría, para sostener el disfrute de unos pocos.

El sitio geográfico en cuestión se ubica al sur de la provincia de Camagüey (hacia el centro-oriente del país), donde se asientan las comunidades de Aguilar, San Carlos Uno y Dos, entre otras muy parecidas a pueblos fantasma en el llamado “tiempo muerto”, período enmarcado entre una zafra azucarera y otra, y en el que los jornaleros deambulaban por las guardarrayas y caminos mendigando un empleo temporal, por mísera que fuese la remuneración.

Los propietarios de las plantaciones cañeras aprovechaban la ventaja y contrataban a precio de miseria, la ejecución de las más duras faenas, pagadas las más de las veces con bonos o vales a cobrar en el comercio más cercano, por lo general un bodegón abarrotado de cuanta mercancía es posible imaginar, pero inalcanzable para quienes empataban los días con las noches a veces con sólo un poco de agua azucarada y un pedazo de pan viejo, si les acompañaba la suerte.

Un cuadro que define la realidad de entonces en aquellos apartados rincones de la extensa campiña camagüeyana se resume en que en las tres comunidades o bateyes, como se les llamaba entonces, existían otros tantos prostíbulos, pero no había médico, enfermera o escuela, y servicios tan imprescindibles como los estomatológicos eran desconocidos.

Sólo un empequeñecido galeno que residía en la cabecera de Santa Cruz del Sur, distante decenas de kilómetros, se dejaba ver alguna que otra vez por aquellos lugares, para tratar de remendar a como diera lugar los desgarrones de una sociedad injusta por naturaleza… llegaba, auscultaba, cobraba, y se marchaba, dejando a un boticario que oficiaba todo el año como matasanos de la zona.

Un día de enero llegó la Revolución de la mano de Fidel y sus barbudos, y en los bohíos entraron al galope los nuevos tiempos, trayendo consigo la esperanza.

Hoy existe allí un central azucarero, el “Batalla de las Guásimas”, que recuerda una de las mayores victorias de los mambises por la liberación de Cuba.

Se levantan en el entorno, junto con los cañaverales, salas de video y clubes de computación, escuelas dotadas de los nuevos medios de enseñanza, consultorios del médico y la enfermera de la familia, y surgieron redes de caminos donde antes era el caballo el único transporte, o el ocasional carro de línea del ferrocarril.

Suman cientos los ingenieros, profesores, abogados, veterinarios, médicos, o artistas surgidos del talento popular.

Los sueños se han cumplido con creces, aún los más ambiciosos, y ningún padre se ve obligado por la desesperación a colgarse de una guásima por no tener con qué alimentar a sus hijos, ni ninguna muchacha de l4 años tiene que vender su cuerpo y su alma al peor postor para no morir de hambre.

Sobran pues, elementos para entender las razones de este enorme monumento a la justicia social que recién cumplió 50 años de fructífera vida.

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