Caracas se convirtió en estos días en la capital latinoamericana del debate entre capitalismo y socialismo, por la presencia de reconocidos exponentes y defensores de estas dos líneas encontradas de pensamiento.
Y el debate tuvo lugar a despecho de que cruzados del neoliberalismo como el peruano-español Mario Vargas Llosa, los mexicanos Enrique Krauze y Jorge Castañeda o el colombiano Plinio Apuleyo, rehuyeran la discusión de altura con intelectuales revolucionarios, incluidos ministros de Cultura del bloque del ALBA, quienes también coincidieron en la capital venezolana.
El presidente Hugo Chávez había ofrecido el salón Ayacucho del Palacio de Miraflores, sitio donde asumió por breves horas el golpista Pedro Carmona, aplaudido a la distancia por quienes vinieron ahora a despotricar contra el proceso bolivariano y su líder, en un evento sobre “Libertad y democracia”.
Llegaron entre otros más el ex presidente boliviano Jorge Quiroga y el ex candidato a la presidencia de Nicaragua, Eduardo Montealegre, exponentes del neoliberalismo en sus países. Ambos sangran por las heridas dadas las victorias electorales de Evo Morales y Daniel Ortega, respectivamente.
Plinio Apuleyo, escritor y periodista que en Venezuela trabajó por largos años en algunas de las publicaciones más reaccionarias de su época, decía ante las cámaras del canal golpista Globovisión que cuando le preguntan qué es el socialismo del siglo XXI el responde no saber, pero alega que mucho menos lo conocen quienes dicen defenderlo.
La ironía tiene que ver mucho con el ataque dirigido por la oligarquía y sus plumíferos a sueldo contra el pensamiento conductor del presidente Chávez, a quien, por supuesto, le recuerdan su origen militar en la socorrida pretensión de descalificar las dotes espirituales de quien proviene de los cuarteles.
De entrada hay un punto de partida racista en el entendido de que la mayoría de los militares latinoamericanos provienen de las clases humildes. Y si en la historia del continente las fuerzas armadas fueron instrumentos de las oligarquías, ese rol ha venido cambiando con experiencias como la propia de Venezuela, de cuyas filas salió el impulso redentor que ya tiene 10 años de revolución.
Mucho se debate y critica de aquel lado sobre la sustancia que da cuerpo al pensamiento revolucionario del líder bolivariano, y cuáles son los ingredientes que alimentan el llamado socialismo del siglo XXI.
Lo mismo ocurre con el ecuatoriano Rafael Correa, y con bombas de profundidad se ataca al líder cocalero devenido primer presidente indígena de Bolivia, Evo Morales.
Ellos se han encargado de fijar que no hay recetas iguales para nadie, pero sí principios insoslayables que marcan la marcha de los procesos junto a sus pueblos, protagonistas y beneficiarios del cambio de época.
Chávez parte de sus propias raíces y creencias cristianas: “Jesucristo fue un verdadero pensador socialista”, dice, y en tal sentido son frecuentes en su voz citas bíblicas.
Así se consigna en su última entrega de “Las líneas de Chávez”, en las cuales subraya el meollo clasista reconocido en las antiguas escrituras, y que hoy los Vargas Llosa y compañía se empeñan en diluir o esconder con ácida verborrea.
El jefe de Estado venezolano se nutre además de las ideas de Bolívar, el padre, como lo llama, y de ahí que ambos compartan que “la mayor suma de felicidad posible” es una meta que debe resolver la desigualdad inherente al modo de producción capitalista, por muchos que sus ideólogos lo consideren como un anatema inventado por Carlos Marx.
Chávez asume para ello esta idea de Marx, extraída de la Critica del programa de Gotha: “Paradójicamente, lo que aparece como fin del socialismo es, precisamente, el desarrollo integral de la desigualdad entre los hombres, de la desigualdad de sus aspiraciones y capacidades, de la desigualdad de sus personalidades. Pero esta desigualdad personal no significará ya diferencia de poder económico; no implicará ya desigualdad de derechos o privilegios materiales. Solo podrá extenderse en un clima de igualdad económica y material”.
De Marx, de Lenin, a quien leyó en la cárcel de Yare, del maestro de Bolívar, Simón Rodríguez, de Mao, del Che, del húngaro Mészáros, del economista brasileño Theotonio dos Santos, y claro de Fidel Castro, y las experiencias de otros procesos revolucionarios, se nutre el pensamiento de Hugo Chávez.
Pero sobre todo el tronco es Venezuela, su historia, realidad, sus próceres. El aprendizaje es permanente. Venezuela ha construido una historia de dignidad y de lucha a pesar de tantas adversidades, y los hechos demuestran el grado de madurez de este pueblo, madurez para gobernar y decidir por sí. (Por Noelio Tiuna / AIN)
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