El líder de la Revolución junto a Alicia cuando fue condecorada con el Título de Heroína Nacional del Trabajo de la República de Cuba, en 1998.
Por: José Luis Estrada Betancourt
Rememorando los 50 años de su primera presentación tras el triunfo del Primero de Enero de 1959, el Ballet Nacional de Cuba actuará esta noche en el Gran Teatro de La Habana
Toda mi esperanza y mi sueño consiste en no salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestra propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite ¡bravo por Cuba! cuando yo baile. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza será la recompensa de mis esfuerzos», declaraba Alicia Alonso con evidente tristeza a la Revista Gente, el 11 de octubre de 1953, seis años después de haber denunciado en el periódico Redención la desidia ante la cultura de quienes mal llevaban las riendas del país.
Año 50 de la RevoluciónEntonces, la prima ballerina assoluta expresaba a la periodista Ángela Grau en dicha entrevista: «Es una vergüenza que en Cuba ningún gobierno se ocupe de proteger el arte del ballet. Los cubanos tenemos condiciones excepcionales para el baile, lo hemos probado (...) ¿Es que no le interesa a nuestros gobiernos y a los cubanos en general que nuestra Patria gane prestigio ante el mundo?».
Parecía que aquel clamor jamás encontraría oídos receptivos y que la empresa, a todas vistas quijotesca, en que se habían empeñado Alicia y Fernando —crear una compañía de ballet en Cuba— seguiría teniendo por siempre categoría de quimera. Pero parafraseando la popular canción de Carlos Puebla de aquellos años, con la llegada del 1ro. de enero de 1959, el Comandante no solo mandó a parar —las injusticias—, sino que, sobre todo, mandó a andar —los proyectos que dignificaban y enaltecían al cubano y su cultura.
Sustanciosas diferencias
No habían transcurrido muchos días después del triunfo de 1959, cuando el entonces Ballet de Cuba (BC) redactó una proclama donde manifestaba su total adhesión a la gesta guiada por Fidel. A decir verdad, la simpatía que sentían Alicia y Fernando por la Revolución no era resultado de un contagio por el entusiasmo desbordante de aquellos días de tanto fervor. Es más, dentro de las propias tropas del Ejército Rebelde había dos personas claves para la inexistente compañía, según asegura Miguel Cabrera, historiador del Ballet Nacional de Cuba: «Uno era el Comandante Julio Martínez Páez, quien formaba parte de la Columna 1 con Fidel y había sido presidente del Patronato Pro-Ballet Alicia Alonso y era, además, el más prestigioso ortopédico que tenía Cuba cuando se incorporó a la Sierra Maestra, donde hablaba con frecuencia de las cosas que había que cambiar, entre ellas, restituir el BC y la obra que Alicia y Fernando habían realizado.
«El otro que tuvo una incidencia histórica muy especial fue Antonio Núñez Jiménez, capitán topógrafo del Che en Santa Clara, y responsable de llevar una noche a Fidel a la casa de Alicia y Fernando. Se cuenta que allí hablaron de los más diversos temas y cuando ya se marchaba, Fidel se puso la mano en la frente y dijo: pero si yo vine aquí a hablar de cuánto hace falta para echar a andar el Ballet de Cuba. Por supuesto, superó con creces la cifra que escuchó.
«Lo primero que Alicia y Fernando hicieron fue reagrupar las huestes que estaban bastantes dispersas, y el 3 de febrero de 1959 “las tropas dispersas de Moctezuma”, como dice el verso de Heredia, actuaron en el teatro Blanquita —hoy Complejo Cultural Karl Marx— para protagonizar la primera función en la nueva vida del Ballet de Cuba, la cual estuvo dedicada al gobierno revolucionario y al Ejército Rebelde».
Las Sílfides, de Michael Fokine; Cuatro fugas, de Alberto Alonso; y el Cisne Negro, fueron las obras que subieron a la escena después de las palabras del propio Martínez Páez, entonces ministro de Salubridad. Cincuenta años después, este significativo hecho se repite esta noche, a las 8:30 p.m., en homenaje a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. El afamado pas de deux del tercer acto de El lago de los cines, que fuera interpretado por Alicia Alonso y su partenaire Igor Youskevitch, vuelve a estar dentro del programa, solo que esta vez tendrá como protagonistas a la primera bailarina Viengsay Valdés y al bailarín principal Elier Bourzac.
Ahora, a diferencia de los primeros días de la victoria, el Ballet Nacional de Cuba, integrado en su totalidad por cubanos formados por la Revolución, interpretará, además, A la caída de la tarde, coreografía que creara la Alonso para el 21 Festival Internacional de Ballet; Acentos, de Eduardo Blanco; y la suite de Cascanueces, que estará defendida por el cuerpo de baile y los primeros bailarines Anette Delgado y Joel Carreño.
«La situación hoy es otra», se apresura a aclarar a los lectores de Juventud Rebelde Miguel Cabrera. «Baste decir que los miembros de la compañía eran en su mayoría extranjeros en los momentos iniciales. Pero con esa visión de futuro, Alicia pudo prever la posición hostil con la Isla del gobierno de Estados Unidos, y sabía que más temprano que tarde esos bailarines se verían obligados a regresar a sus países en cuanto se les dejara de pagar en dólares, dinero con el cual ellos remesaban a sus familias.
«Así, se convocó en el mes de julio o de agosto a un concurso de oposición para integrar el Ballet Nacional de Cuba, porque aunque había mucho talento y grandes posibilidades, no estaban los bailarines sólidamente preparados. Un tribunal internacional vino aquí y junto a Alicia, Fernando y Alberto, Ann Barzel, la famosa crítica norteamericana; Alexandra Danílova, la conocida bailarina rusa; la crítica inglesa Phyllis Manchester y Ana Leontieva, entre otros, evaluaron a los que se presentaron.
«Llegaron a Cuba bailarines provenientes de las más diversas naciones: estadounidenses, ecuatorianos, guatemaltecos, mexicanos, brasileños, argentinos..., aunque el primer lugar lo obtuvo una muchachita que había sido becada de la Academia Alicia Alonso. No fue otra que Mirta Plá, lo cual decía mucho de la calidad de la enseñanza que la había formado».
Para Avis
Muy ocupados están los gobiernos de los países en el mundo para pensar en la subvención de compañías de ballet, un «lujo» solo posible en escasas naciones desarrolladas. «Un fenómeno diferente se daba en la URSS y en el campo socialista, que las amparaban de manera estatal, explica Miguel.
«También eso ocurría, por ejemplo, con la Ópera de París, institución oficial, subvencionada por el Estado desde 1661; con el Real Ballet Inglés, el Real Ballet Danés... Están asimismo aquellos casos en que se combinan el patrocinio estatal y el privado. Pero son muchas más las que han estado desprotegidas y a punto de desaparecer, como la compañía moderna más reconocida del planeta, la de Martha Graham, o el American Ballet Theatre, de Estados Unidos, que ha tenido siempre una subvención muy fluctuante y ha vivido no pocas crisis.
«En América Latina el mayor problema es que las compañías de ballet no consiguen ni una ayudita, con muy pocas excepciones como el Teatro Municipal de Río Janeiro, el de Santiago de Chile o el Colón de Buenos Aires, aunque al final sus principales figuras se marchan: Julio Bocca, Paloma Herrera, Maximiliano Guerra, Iñaki Urlezaga... Es común escuchar a sus directores quejándose de los sufrimientos para poder mantener estable el cuerpo de baile. Sin embargo, eso no sucede en Cuba. Y ha sido, con seguridad absoluta, gracias a la Revolución.
Uno de los mayores logros de la Revolución ha sido ofrecernos pleno acceso a la cultura».
Contra viento y marea
Miguel Cabrera está convencido de que cuando se escuchan una y otra vez los grandes éxitos del Ballet Nacional de Cuba todavía hay quienes piensan que todo transitó por un camino de rosas. Antes de 1959 abundaron las espinas.
«Cuando el Ballet se creó en 1948 era un sueño muy bello, sobre todo una utopía, porque solamente había talento y voluntad. Pero sabes que con buena voluntad no se crea una compañía, un repertorio... Tampoco se pueden sufragar los gastos que conllevaban las presentaciones, los teatros, vestuarios, escenografía, utilería..., y mucho menos emprender una representación cultural de Cuba por el extranjero, sin un total respaldo del Estado.
«De esa manera nació el Ballet de Cuba contra viento y marea. Y sin embargo, logró en ese tiempo emprender ocho giras internacionales por 14 países de América Latina y Estados Unidos, creó 39 obras y llevó este arte a otros lugares del país. Como si fuera poco, fundó una escuela: la Academia de Ballet Alicia Alonso, que tuvo la visión de otorgar becas gratuitas a gente de precaria situación económica.
«Pero había una triste verdad que no se puede desconocer: la tiranía de Batista solo se preocupó por recortar la escasa ayuda que el Ballet había recibido durante el mandato de Prío. El esbirro Fulgencio Batista no solo la recortó, sino que también llegó al plano del chantaje en el año 1956, cuando quiso aprovecharse del prestigio de Alicia y del Ballet de Cuba para enmascarar un régimen tan sangriento como el que existía en la nación.
«De todos es conocida la postura que adoptaron los directivos de la compañía, y esencialmente Alicia. El Ballet desapareció como agrupación danzaria, pero ella y Fernando siguieron manteniendo viva la llama, que jamás se apagó. En la Academia hicieron todo lo posible para que el talento perdurara.
«Después de 1959 todo fue distinto. Tras su reorganización, el Ballet de Cuba inició una gira por América Latina. Y el 20 de mayo de 1960 apareció en la Gaceta Oficial de Cuba la Ley 812, firmada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, entonces Primer Ministro; Osvaldo Dorticós, presidente de la nación; y Armando Hart, ministro de Educación. Y fue algo grandioso, porque esa Ley destacaba la labor extraordinaria llevada adelante por Alicia, eximia bailarina “cuyos grandes triunfos honran a la Patria”.
«Ese texto no solo garantizó oficialmente la vida del BNC desde el punto de vista de sus necesidades materiales, sino que reconoció, fundamentalmente, la importancia que tenían las artes en la vida espiritual de la nación.
«Siempre les escuché decir a Alicia y a Fernando, que el Ballet Nacional de Cuba no hubiera existido sin la Revolución; que la utopía pudo ser realidad porque existe una Revolución».
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