Por:Marcos Alfonso
José Martí, al decir del periodista Pablo de la Torriente Brau, “fue un tejedor” y enlazó “por el decoro y el deber” a todos los hombres de la revolución. Lo ejemplificó en su hacer: en apenas 55 días (23 de marzo al 19 de mayo de 1895) lanzó el Manifiesto de Montecristi, desembarcó en Cuba y cayó en combate.
Él, quien incorporó la estética en el discurso político, aunó voluntades, acopió recursos, legitimó y solidificó ideas, principios, el amor por la vida y la libertad plena del hombre. Llamó a juntarse, lo cual para él se traducía en la palabra y el hacer de todo el mundo oprimido, en particular en la “América nuestra”.
Desde sus imberbes 16 años, conoció del grillete y los barrotes; la deportación; compartió su suerte con los pobres de la tierra y levantó su voz para el negro y el indio, para cada pueblo americano. Proclamó que la Patria no era de nadie, sino para todos.
En el tercer número de la publicación Frente Único, en 1936, a modo de editorial, Pablo de la Torriente se preguntaba: “(…) Cada hombre de la revolución ha de sentir un estremecimiento de su conciencia. ¿Ha cumplido cada cuál con su deber?”
En otra parte del artículo, apostillaba “(…) Mas, ¿se ha interpretado la vida y el pensamiento del héroe sin odios?”
El ideario del hombre de aquella frente ancha y luminosa nacido el 28 de enero de 1853, fue y es tan preclaro, que nada escapó a su agudeza política cuando se percató de que la partida española de la gobernatura de las Américas se traduciría en el comienzo de la neoesclavitud de los Estados Unidos.
¿Acaso tales conceptos e ideas no poseen plena vigencia en los momentos actuales por los cuales atraviesa el mundo?
Su humanismo, sagacidad periodística, literaria, sensibilidad y pleno dominio de la lengua, amor por los próceres americanos… Su condena a la ignominia, la opresión y credo político, poseen el realismo increíble a la distancia de casi siglo y medio.
Intuyó y previó, señaló el peligro para los pueblos de esta parte del planeta. Advirtió sobre la rapiña inmisericorde a que serían sometidos por la política hipócrita y codiciosa del común enemigo del Norte: el monstruo al que bien le conoció las entrañas.
Aquellas sabias y didácticas premoniciones han propiciado no solo la ansiada victoria de Cuba, sino el despertar de la América que soñó, junto a Bolívar, Sucre, San Martín… los más preclaros y unitarios próceres americanos.
“La lucha antiimperialista, como sentenciara Pablo de la Torriente, no está ya en su amanecer, sino en un día pleno” y la mayoría de los pueblos la pregonan.
El balazo fatal de Dos Ríos tronchó la vida a nuestro hombre universal. Ha querido la historia, en lo inmenso del tiempo, que el juntador de voluntades e ideas siga andando entre nosotros y “habla de nuevo a su pueblo” a nuestras naciones de América “por la voz de la revolución”. (Por Marcos Alfonso)
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