ELSON CONCEPCIÓN PÉREZ
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Fue el 4 de abril de 1949, en Washington, cuando por iniciativa de Estados Unidos nació la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como un esquema de seguridad y de fomento de programas de desarrollo armamentista con la mira puesta en la Unión Soviética y en el entorno del este europeo.
Tropas de la OTAN en Afganistán.
En estas seis décadas, muchas bombas, proyectiles y cohetes han salido de los aviones, los submarinos o vehículos blindados identificados con el sello de la alianza, la mayoría de las veces provenientes del Complejo Militar Industrial norteamericano.
Pero la realidad es que la organización bélica mantiene como reos a los países europeos, los mismos que fueron "convencidos" en 1999 para atacar a un Estado de esa región —Yugoslavia—, donde actualmente mantiene más de 20 000 soldados, la mayoría de ellos enviados por el Pentágono a la provincia de Kosovo.
En Europa se repiten las protestas contra las bases de la alianza atlántica.
El engendro siempre ha tenido como sostén el apetito de una floreciente industria de guerra que avizoró desde el parto mismo de esa criatura un futuro dominado por el negocio de las armas y las contiendas militares.
Después de la Segunda Guerra Mundial, no parecía tan insegura la humanidad, y ni siquiera Estados Unidos y Europa percibían amenazas militares que pusieran en riesgo su existencia: el nazismo había sido derrotado.
Washington, como primera potencia mundial, decidió entonces rubricar con otros 11 estados el acta de nacimiento de la OTAN. Lo acompañaron Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido. En 1952 se incorporaron Grecia y Turquía; en 1955, Alemania; y en 1982, España. Otros socios se agregarían más adelante.
La amenaza proveniente de la OTAN obligó en 1955 a la Unión Soviética a integrar, junto a otros países del bloque socialista europeo, el Pacto de Varsovia.
En esta perspectiva, al derrumbarse la URSS y desaparecer dicho Pacto, no pocos en el mundo pensaron que había llegado el momento de la desactivación de la alianza atlántica, versión que rápidamente se diluyó por cuanto el creciente y fortalecido Complejo Militar Industrial, junto a los más recalcitrantes halcones del Pentágono y la Casa Blanca, hicieron lo posible para dar nuevos contenidos a la institución, cruzar fronteras en sus acciones y crear nuevos focos de tensión que "justificaran" la necesidad de intervención, y, con ello, de mayores presupuestos para adquirir armamentos.
La industria de la guerra norteamericana ha sido, sin lugar a dudas, la gran ganadora en los avatares de estos 60 años. De sus laboratorios y fábricas salen los más letales instrumentos de guerra, mientras políticos y empresarios vinculados a esa industria se embolsillaron millonarias ganancias.
El esquema creado es ideal para este negocio. Cada país miembro de la organización aporta al año una cifra considerable de dinero para mantener y desarrollar la coalición. Esta, a la vez, dedica el más alto porcentaje de esa cantidad a comprar armas y vehículos de guerra a fábricas estadounidenses. De esa forma se reciclan los beneficios: mientras más guerras hay, más armas se necesitan y, directamente proporcional, más dinero para el Complejo Militar, especie de estado supranacional.
Un ejemplo de esta realidad es Estados Unidos, donde el Pentágono tiene un presupuesto militar para este año de 533 700 millones de dólares —el mayor de la historia—, sin contar los gastos en Iraq y Afganistán, que sumados harían una cifra total de 685 700 millones.
NUEVOS ¿DESAFÍOS?
En la conmemoración de sus seis décadas de existencia la organización noratlántica, más que enfrentarse a nuevos desafíos como dicen sus estrategas, tiene en la guerra de Afganistán —en lo militar—, y en el acercamiento hacia Rusia —en lo estratégico—, dos de sus tareas de más envergadura. Ambos escenarios de confrontación han sido creados por la política agresiva y hegemónica de Washington.
No obstante, un personajillo europeo como el ex presidente español José María Aznar, quien califica a la agrupación bélica como "alianza para la libertad", dijo por estos días en una conferencia en París, que era partidario de una intervención de la OTAN "para solucionar los casos de escalada nuclear, porque un Irán nuclear sería inaceptable".
Se trata de una propuesta directa de quien acompañó a Bush en la guerra contra Iraq, para que los militares aliados actúen contra países soberanos que, además, nada tienen que ver con el radio de acción autoasignado para la agrupación bélica.
La aceptación en en la Cumbre, que tendrá lugar hoy en Alemania, de Albania y Croacia en el nuevo marco "otanista", y la bienvenida a Francia que se reincorpora como miembro pleno; además, la elección del nuevo secretario general, el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, son temas de rutina, más formales que otra cosa, para no desviar la atención del plato fuerte afgano, de interés peculiar para el presidente norteamericano, Barack Obama, que hace su debut en estas lides.
En lo relacionado con Rusia mucho se habla de que debe predominar la colaboración y no el reto, pero algunas espinas hacen difícil la digestión de tal retórica, mas cuando la nueva administración norteamericana heredó del gobierno de Bush el polémico escudo antimisiles, que ahora la Casa Blanca insiste en instalar en Praga y Varsovia.
Recordemos que el proceso de ir cercando a Rusia se inició hace una década cuando se admitieron en la OTAN a Polonia, Hungría y la República Checa. Luego, en el 2004, se aumentó aún más con la entrada de Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia; y ahora con Albania y Croacia, con lo que se va completando una especie de tenaza amenazante para Moscú.
Ambos temas, Afganistán y Rusia, aunque con complejidades diferentes, deben llamar a la reflexión a los componentes de la agrupación militar que ahora cumple 60 años.
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