Por: Raquel Marrero Yanes
Por la senda que abre enero llega la fecha del 28, este año marcando el aniversario 156 del natalicio de José Martí Pérez. No imaginaron sus padres que aquel niño ejercería influencias telúricas en los destinos de su pueblo y de Nuestra América, como la llamó él, premonitoriamente.
Porque Martí fue de esos hombres excepcionales, como aquellos sobre los que él mismo dijo alguna vez: "deslumbran como el astro, sienten como sentirían las entrañas de la tierra, los senos de los mares y la inmensidad continental".
Él, Héroe Nacional de Cuba, resumió y representó como nadie la herencia patriótica de sus antecesores y fue, al mismo tiempo, generador de nuevos y altos escalones en el proceso de consolidación de la nación cubana.
Y fue más. Su pensamiento y acción saltaron las fronteras de su tierra natal para expresar, con entusiasmo y convicción sin par, los profundos y caros anhelos de la gran patria latinoamericana.
La guerra justa y necesaria, como llamó a la insurrección armada que desató en 1895, no fue sólo para liberar a Cuba y Puerto Rico. Al escribirle a su amigo mexicano Manuel Mercado, cuanto había hecho y haría era para "impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América".
El Maestro, para quien "hacer bien es un deber sencillo", nos legó su ejemplo, pensamiento y cualidades humanas, con las que abrió veredas y estableció rutas.
Martí está presente en nuestras luchas y esfuerzos, en los logros y el quehacer cotidianos por hacer avanzar la Revolución. Sus ideas tuvieron tal fuerza y proyección que animaron a los hombres del Moncada, el Granma, la Sierra Maestra y la clandestinidad, y hoy se hallan a cada paso en la obra revolucionaria, en la sonrisa de un niño, la mirada de un joven o el rostro de un anciano.
La vigencia de José Martí no acabará jamás, ni en Cuba ni en Latinoamérica. Su obra y ejemplo perdurarán para siempre. Honrarlo, honra.
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