En la sala de la casa, la pequeña Ivón explica a sus padres lo último que aprendió en computación en su escuela primaria; en el portal del vecino un Lionel Messi de seis años gambetea con su hermano de diez y su padre un partido amistoso, pero reñido.
Son las cinco y escucho un tropel de chicos corriendo bajo las primeras gotas de lluvia, antesala de lo que será chapoteo delicioso si el agua arrecia, como suele ocurrir en estas tardes de junio.
Mientras, leo el periódico y me hiere el titular:
“Más de 200 millones de niños trabajan en el mundo”.
El texto abunda en datos que parecen extraídos de un filme de horror:
_115 millones de infantes están expuestos a labores riesgosas o a diversas formas de explotación
_venta de menores de edad y formas de abuso cercanas a la esclavitud.
Agrega el reporte elementos como el tráfico de drogas o la explotación sexual.
Y no solamente en países subdesarrollados, esos condenados por el fatalismo geográfico, el robo de las transnacionales, los gobiernos ineptos y los falsos modelos económicos a una miseria secular… no, el flagelo golpea también a niños de las naciones más industrializadas.
Ojalá esa información vuele libre por el mundo y no la asesinen intereses mediáticos.
Quizá así la Unión Europea decida algún día mirarse por dentro, echar una ojeada a sus aliados, y reconozca que, por ejemplo, con el bloqueo se violan derechos humanos tan sagrados como el de proteger a la infancia.
O tal vez, en los Estados Unidos, una ley ampare a los indios, negros o latinos que en las más gélidas noches se cubren con periódicos en algún mojado rincón, mientras aspiran pegamento para aplacar el hambre.
Podría ser que hasta un multi millonario prócer de la tierra de Lincoln, desde sus oficinas climatizadas y cómodas, tras cristales polarizados, promueva una campaña a favor de los pobres, por la educación, la salud y la alimentación.
A partir de entonces, podría suceder que los señores de la U.E entiendan como un pueblo bloqueado, a pesar de penurias económicas y amenazas, garantiza a cada niño una escuela, salud y una vida ordenada, segura y digna, y aún le alcanza para enviar miles de médicos a decenas de países, sin pedir nada a cambio.
Habría tal vez menos limpiabotas, y más futbolistas diminutos correrían en pos del gol de la victoria.
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