YUDY CASTRO MORALES
Haití precisa la ayuda de muchas manos para recuperarse. Esa es una verdad irrefutable que los egresados de la Escuela Latinoamericana de Medicina han asumido como suya y que ha quedado reflejada más de una vez entre las páginas de este diario.
El tercer grupo de la Brigada Médica Internacional Henry Reeve partió hacia Haití en la madrugada del 14 de febrero, acompañado de Juan Carrizo, rector de la ELAM.
Ante la posibilidad de integrar la Brigada Médica Internacional Henry Reeve, no hubo vacilaciones. Era el momento de demostrar cuán gigante es la obra de la Revolución cubana, cuán acertadas las ideas del Comandante en Jefe, cuán verdaderos los principios del internacionalismo y solidaridad bajo los cuales fueron formados.
De una veintena de países acudieron más de 200 brigadistas. Algunos estaban en Cuba realizando estudios de posgrado; otros, como Luther Castillo Harry, regresaron voluntariamente de sus naciones.
Este médico fungía como director del primer Hospital Popular Garífuna en Honduras, el cual ha brindado 378 000 consultas gratuitas. "Fidel nos enseñó a no abandonar a ningún desposeído", decía Luther durante la ceremonia de abanderamiento del Contingente Internacional, en tanto auguraba la creación de un modelo alternativo de salud para los países subdesarrollados. Estará al frente de los cinco grupos que componen la Brigada, con su mochila llena de afecto para el sufrido pueblo de Haití.
Pero su entrega no superó a la de otro compañero que no pudo escuchar los primeros sollozos de su hijo y, sin embargo, estaba feliz: en algún momento le contaría al pequeño sobre las vidas salvadas en Haití, y esa idea lo reconfortaba.
Tampoco a la argentina Antonia Beatriz le aflige la distancia, ni tan siquiera la familia ausente. Los de casa comprenden que en Cuba la educaron para brindar sus servicios donde y cuando fuera necesario.
Similar convicción anima a Adriana Escobal. Desde Uruguay aguardaba la oportunidad de sumarse al Contingente y, en vísperas de San Valentín, partió junto a su esposo hacia Puerto Príncipe, convencida de que atenuar el sufrimiento del asolado país caribeño, sería su más grande gesto de amor.
Al júbilo de la partida no escapó el recién graduado, ni el de segunda especialidad, ni el mismo Juan Carrizo, rector de la ELAM, quien acompaña a sus muchachos desde el 14 de febrero.
Probablemente el trabajo de estos galenos en los hospitales y en la atención primaria de salud, ya les haya devuelto algunas sonrisas a los sombríos rostros haitianos y haya disipado las dudas sobre el destino de Haití, cuando las televisoras apaguen sus cámaras y se marchen las brigadas internacionales.
Entonces, en esa tierra olvidada por Dios, quedarán las secuelas del hambre y la pobreza. Quedará el dolor. Pero quedarán los médicos cubanos y latinoamericanos para intentar aliviarlo.
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