Por Noel Manzanares Blanco / Televisión Camagüey
El pasado diciembre, Naciones Unidas desarrolló la Conferencia de Alto Nivel sobre la Cooperación Sur-Sur, en Nairobi, Kenya, en el continente africano. Su Secretario General Ban Ki-moon, como preámbulo, había presentado un informe sobre el estado de esa cooperación, en el cual hizo una importante precisión, a saber:
Antes de la actual tragedia internacional, la tendencia general era "un notable aumento en el comercio, las finanzas y el flujo de inversiones" entre esas naciones. Sin embargo, "debido a la actual crisis económica, la vasta mayoría de los países experimentan un drástico revés del robusto crecimiento que ocurrió durante el periodo 2002-2007" —acotó Ki-moon.
Los resultados raquíticos derivados de la referida Conferencia, me hicieron pensar una vez más en que deviene utopía aspirar a resolver los serios trastornos generados por la actual crisis internacional y la amenaza provocada por el Cambio Climático, sin cambiar cualitativamente la arquitectura financiera y los actores que a escala planetaria son condicionantes de las desgracias presentes y actuantes.
La idea que acabo de expresar se corrobora, al contrastar con el comportamiento de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) y de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), entidades que revela lo mucho que se puede hacer cuando la voluntad política es denominador común de los gobiernos.
En este escenario, el infierno se apoderó de Haití el 12 de enero último: un terremoto destruyó la capital de la nación caribeña. Los males materiales son incalculables. Las pérdidas humanas se calculan en más de 200 mil. De diversos confines arribó la ayuda. El Portal “America.gov/ de Estados Unidos al mundo” (www.america.gov/esp) difundió a partir de entonces las buenas acciones (con y sin comillas) del país norteño.
En rigor, exige una meditación lo que ha sucedido y acontece alrededor de Haití.
Ante todo, es cuestionable la manera en que los gringos desembarcaron en el territorio haitiano, cual muestra de su acostumbrada prepotencia. Miles de sus marines ocuparon al sufrido país —al margen de que reportes de prensa especulaban sobre la posibilidad de que ellos hubieran incidido en esa tragedia. (Por ejemplo, un cable de EFE del pasado día 17 divulgaba que un Informe de la Flota Rusa del Norte indicaba que el sismo que había devastado a Haití fue el "claro resultado" de una prueba de la Marina Estadounidense por medio de una de sus "armas de terremotos").
Es un hecho que la presencia de los militares enviados por la Casa Blanca enrareció el ambiente para concretar la asistencia de otras naciones, al extremo de que varios Gobiernos se quejaron porque sus medios aéreos no podían aterrizar y, por ende, materializar la cooperación solidaria —si bien no obstaculizaron la importante ayuda humanitaria de Cuba, vale decir. Incluso, en algún momento fue público que se detuvo la recepción en la Patria de Washington de haitianos damnificado porque no se conocía quién iba a pagar los gastos.
Sencillamente, pienso que la manera en que las autoridades norteamericanas concibieron la asistencia a la desdichada nación antillana, en mucho dista de saldar en una medida digan la deuda de gratitud que tiene con Haití. Reitero ahora lo que escribí en otra oportunidad: ¡Que ni por un segundo se olvide que se cuentan por cientos los haitianos que contribuyeron a la independencia de las Trece Colonias!
Entretanto, Cuba no tuvo que ir a asistir a la hermana nación: hace más de un década que comparte con haitianas y haitianos sus pocos recursos en aras de que las calamidades abandonen esa latitud. Por el estilo se comparta Venezuela, sumistradora de petróleo aprecio preferencial, entre otros recursos indispensable. Igualmente, destaca la colaboración del grupo ALBA en el proyecto de reconstrucción del país caribeño. Asimismo, UNASUR resalta por su activismo: reunida en Quito, capital de Ecuador, creó un fondo de 100 millones de dólares para auxiliar a Haití y solicitó otros 200 procedentes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Apenas es una idea de lo muchísimo que desde Nuestra América se hace por la suerte del pueblo haitiano.
No obstante, unas dos semanas atrás, en Montreal, Canadá, ministros de los países del Grupo de Amigos de Haití (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Costa Rica, Francia, México, Perú, EE. UU. y Uruguay), la República Dominicana, la Unión Europea (UE), España y Japón, así como representantes de la Organización de Estados Americanos (OEA), la Comunidad del Caribe (CARICOM, por sus siglas en inglés), el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el BID, dictaminaron qué hacer.
Al comparar los resultados del fruto de las deliberaciones de este numeroso y selecto grupo de actores de la política mundial —se dio a conocer en la Declaración de Montreal— con la asistencia de Cuba, Venezuela, el grupo ALBA y UNASUR, me vino a la mente un refrán que dice: “Mucho ruido y pocas nueces”.
Entonces, por muchísimas razones desde Haití brotan exclamaciones que dicen: ¡Gracias, cooperación Sur-Sur!
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