MARTA ROJAS
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El 31 de marzo de 1959 el Gobierno Revolucionario dictó el decreto para la creación de la Imprenta Nacional de Cuba. La fecha indicada se adoptó posteriormente como el Día del Libro Cubano. Fue, sin duda, uno de los acontecimientos culturales más grandes de cuantos ocurrieron en ese primer año de la Revolución.
De tal manera se respondía a un acto de rechazo a la cultura y la información veraz al pueblo que había caracterizado la vida espiritual del régimen derrocado.
Los dueños de los más importantes periódicos, magnates capitalistas comprometidos con la tiranía, de una u otra forma, en su inmensa mayoría, e incrédulos en cuanto a la voluntad política de la Revolución apoyada por el pueblo y liderada por Fidel Castro, se marcharon del país. Fue una estampida. Estaban persuadidos de que el gobierno de los Estados Unidos restauraría, a más tardar en un año, la república mediatizada y con ellos las prebendas que los favorecieron. La voz popular decía que con la huída de los dueños del Diario de la Marina, se había acabado un mal que había durado cien años. Aquel diario —el pueblo lo sabía— había festejado a finales del siglo anterior la muerte en combate de Antonio Maceo.
La incautación de los periódicos se convirtió de la noche a la mañana en una locomotora imparable de instrucción y cultura para todo el pueblo, pues las imprentas y redacciones se transformaron en editoras jamás soñadas en país alguno y menos en una pequeña isla donde las tiradas de un libro no sobrepasaban —por lo regular— los quinientos ejemplares, a excepción de algunos volúmenes de texto que, además, eran vendidos a altos precios por editoriales particulares.
Fue la obra cumbre de la literatura española y universal El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, la primera que llegó a las manos del pueblo a un precio irrisorio y en una tirada de un millón de ejemplares.
Empezaron también, modestos Festivales del Libro Cubano, a partir de la designación de Alejo Carpentier, recién llegado a Cuba, procedente de Venezuela y designado administrador general de la Editorial de Libros Populares de Cuba y el Caribe. En el pequeño espacio del Parque Central, junto a la estatua de José Martí, años atrás mancillada por marines yankis, se celebraron dichos festivales.
Mientras ello ocurría, las imprentas recién creadas, administradas por otros funcionarios —no por Carpentier— siguieron imprimiendo en sus rotativas obras de literatura universal, y para la educación.
Obviamente, el impulso y consistencia de este proyecto hecho realidad palpable, se debía en primer lugar al Comandante en Jefe. Fue él quien solicitó a intelectuales —Carpentier entre ellos— listados de libros a publicar. Debían ser obras cimeras de la literatura, inaccesibles hasta entonces para un lector de modestos ingresos. Estos libros comenzaron a salir de un día para otro y eran distribuidos con el mismo ímpetu por todo el país.
Debe subrayarse el entusiasmo de los obreros gráficos, quienes con tradición y conciencia de clase se entregaron a la nueva misión.
Como la idea era perfeccionar cada vez más la tarea de producir libros para el pueblo, en 1962 fue nombrado por el Decreto número 3174 un Director Ejecutivo de lo que se llamaría en lo adelante Editorial Nacional de Cuba. El cargo recayó en Alejo Carpentier, periodista, novelista, ensayista revolucionario. Para dar la medida del empeño, bastaría decir que en 1963 el Gobierno Revolucionario había publicado 6 500 000 libros.
Este sistema editorial, extendido hoy a lo largo y ancho del país, con el Instituto Cubano del Libro a la cabeza y la realización de las extraordinarias Ferias Internacionales, constituye motivo de legítimo orgullo de nuestra cultura.
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