Nueva muestra del descalabro del capitalismo representó la reciente Cumbre del G-20 que sesionó en Londres, fracaso considerado similar al de su sesión anterior (noviembre de 2008) en Washington.
“Los acuerdos que hemos alcanzado hoy constituyen un programa adicional de 1,1 billones de dólares de apoyo para restaurar el crédito, el crecimiento y el empleo en la economía mundial”, se dice en la Declaración de la Cumbre del dos de abril.
Pero esa fabulosa suma apenas destina un irrisorio fondo de 50 mil millones de dólares para la protección social, impulsar el comercio y salvaguardar el desarrollo en los países con pocos recursos.
¿Qué más se puede esperar del G-20, agrupación integrada por naciones de economías desarrolladas y emergentes las cuales representan alrededor del 90 por ciento del Producto Interno Bruto mundial y el 80 del comercio planetario, sin llegar a dos tercios de los terrícolas?
El mundo ha sido testigo de criterios opuestos a los del G-20. Por ejemplo, la “Agrupación Global Unions” (con sede en Suiza, la integran organizaciones sindicales internacionales) sugirió:
“Deben tomarse medidas además dentro de los países para alcanzar el máximo impacto posible sobre el crecimiento y el empleo. Es necesario trazar un nuevo mapa económico, que identifique aquellos sectores que ofrecen mayores oportunidades para el futuro crecimiento”.
De otro lado, la Alianza Social Continental denunció públicamente el carácter ilegitimo, antidemocrático y sin transparencia del G-20, al cual acusó de continuar el curso del G-8 frente a los países del Sur.
La Asamblea General de Naciones Unidas, entre tanto, se pronunció el pasado seis de abril por combatir la inseguridad alimentaria que padecen cerca de mil millones de personas en el mundo. Su presidente, el nicaragüense Miguel D'Escoto, manifestó en esa ocasión:
"La crisis alimentaria es un síntoma del descalabro general de los modelos egoístas de gobierno y producción que nos han fallado y traicionado la confianza de la gente alrededor del mundo”.
El G-20, de facto, constituye la negación del protagonismo que debe desempeñar la Asamblea General de las Naciones Unidas ante la actual y muy nefasta crisis internacional. (Por Noel Manzanares Blanco)
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