Por: Noel Manzanares Blanco | Televisión Camagüey
La actual crisis global sitúa en entredicho las ternuras —con y sin comillas— del Capitalismo. Lo que acontece en torno al “estado de bienestar social” es prueba fehaciente. Me explico.
Según Wikipedia La enciclopedia libre, “el Estado de Bienestar” ha sido el resultado combinado de diversos factores (quehacer del reformismo socialdemócrata, el socialismo cristiano, élites políticas y económicas conservadoras ilustradas, y grandes sindicatos industriales) que abogaron en su favor y otorgaron esquemas más y más amplios de seguro obligatorio, leyes sobre protección del trabajo, salario mínimo, expansión de servicios sanitarios y educativos y alojamientos estatalmente subvencionados, así como el reconocimiento de los sindicatos como representantes económicos y políticos legítimos del trabajo.
Esta concepción adquirió mayoría de edad luego del triunfo de la Unión Soviética contra el fascismo y sus aliados de Norteamérica y de la mismísima Europa en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), precisamente para contrarrestar el empuje del Movimiento Revolucionario Internacional desatado a partir de aquellos años.
Resultó que el Capitalismo se vio obligado a ceder en la cuota de Plusvalía y se esforzó en darle algunas migajas a las masas populares en correspondencia con lo también denominado “estado de bienestar social”: por ejemplo, sobre todo en el Norte desarrollado se hizo común servicios de salud y educación gratuitas, jornadas laborales de menos de ocho horas, subsidios por desempleos… En suma, se asistía a un apreciable y deseable incremento del nivel y la calidad de vida de las mayorías de personas de esas latitudes. Pero las cosas comenzaron a cambiar tras el derrumbe de la Unión Soviética y sus aliados de Europa del Este, a finales del siglo pasado.
En medio de este escenario, llovían las apuestas al Neoliberalismo, es decir al culto desmedido a la propiedad privada, la no intervención del Estado en el desenvolvimiento de la sociedad –salvo si se trata de reprimir al pueblo– y la supresión de preferencias para los pobres –sean personas o naciones– a partir de una supuesta libertad e igualdad competitivas. Así, el entusiasmo estaba signado por la desgracia, y la tragedia se hizo presente. Ahí está la “culta” Europa. Ahí está la “civilizada” Norteamérica.
En el Viejo Continente, en septiembre de 2008, circuló el título “¡Fuera la directiva europea de las 65 horas! Manifiesto y lista actualizada de adherentes” en el que se argumentaba el porqué había que luchar por hacer fracasar tal pretensión. Al respecto, se puede leer:
“1. Porque pretenden hacernos retroceder un siglo, invalidando la jornada máxima semanal de 48 horas que la OIT oficializó en 1917, tras una lucha larga, dura y llena de sacrificios del movimiento obrero internacional por la jornada de 8 horas.
“2. Porque, al tratar de imponer el aumento de jornada mediante acuerdos individuales trabajador-empresa, atacan una de las mayores conquistas de la lucha sindical: el derecho de la clase trabajadora a la representación y la negociación colectiva, dejando al trabajador a merced de la empresa.
“3. Porque cuando están enviando a miles de trabajadores al paro, en lugar de reducir la jornada (empezando por las 35 horas) o bajar la edad de jubilación a los 60 años, es decir, trabajar menos para trabajar todos/as, pretenden prolongar la jornada, provocando aún más desempleo” —amén de otros seis puntos.
Sobre la actualidad en la “civilizada” Norteamérica, apenas diré que el Presidente Barack Obama, tras conocer la victoria en las elecciones del 4 de noviembre último, dijo: “Recordemos que, si esta crisis financiera nos ha enseñado algo, es que no puede haber un Wall Street (sector financiero) próspero mientras que Main Street (los comercios de a pie) sufren”. De allí que su principal preocupación fuera lograr la aprobación de un paquete de estímulo económico multimillonario para crear empleos, como se ha empeñado en concretar. Sin embargo, la vida aún no le ha sonreído. Los desocupados apuntan al diez por ciento del total de la fuerza económicamente activa, algo descomunal en muchos años.
Finalmente, significo lo que continúa: el Informe “Estado mundial de la infancia 2009/ Salud materna y neonatal”, a cargo del organismo de las Naciones Unidas que se ocupa de la edad temprana, UNICEF, aboga por “Fortalecer los sistemas sanitarios para mejorar la salud de la madre y del recién nacido” a través de “Garantizar una financiación equitativa y sostenible” que contemple:
“Financiar servicios de salud de calidad plantea problemas tanto a los países industrializados como a los países en desarrollo. Aun cuando no existen umbrales acordados a nivel internacional sobre el gasto mínimo total per cápita, la Cuenta Regresiva para 2015 calcula que un gasto inferior a 45 dólares per cápita es insuficiente para ofrecer servicios sanitarios básicos de calidad. De los 68 países prioritarios en cuanto a salud materna, neonatal e infantil identificados por la Cuenta Regresiva para 2015, 21 gastan menos de 45 dólares per cápita”.
Huelgan comentarios.
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