Portada del libro Sadako y las mil grullas de papel, de Eleanor Coerr
Caracas.- Seiscientas cuarenta y cuatro grullas alcanzó a hacer Sadako Sasaki antes de mirar la vida por última vez. Ella, una niña japonesa, de 11 años, internada en un hospital de Japón, trató de burlar la muerte aferrándose a la tradición de su país que cuenta que haciendo mil grullas de origami, los deseos se cumplen.
Sadako no terminó sus aves de papel, pero sigue viviendo. Esa niña japonesa, que murió de leucemia por la exposición a las radiaciones de la Little Boy, la bomba atómica que Estados Unidos arrojó sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, es una llamarada de conciencia, un fueguito que sigue diciendo, y diciéndonos, que la paz es el único camino posible de transitar hacia el futuro.
"Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria: paz en el mundo", dice la inscripción en la Plaza de la Paz de Hiroshima, debajo de un monumento desde donde la imagen de Sadako, con una grulla entre las manos alzada en vuelo, contempla el porvenir. Esa misma plaza, cada 6 de agosto, se puebla de papeles rojos y blancos, doblados, volando con el viento y recordando, recordándonos, lo que los seres humanos somos capaces de hacer.
Hace sesenta y cinco años, la mañana del 6 de agosto de 1945, en Hiroshima, Japón, un niño contemplaba su rostro en el espejo por última vez. Y por última vez una anciana servía el té. Una madre veía el rostro de su hijo, mientras le cantaba una canción de cuna.
Un poeta escribía el primer verso de un haikú. Una niña se trenzaba los largos cabellos negros. Un hombre leía un libro. Una abuela contaba un cuento. No sabían que ese sería su último aliento.
El reloj de la ciudad quedó detenido en las 8:15 de la mañana, la hora exacta en que el bombardero militar estadounidense "Enola Gay", arrojó una bomba atómica en el corazón de Hiroshima.
Con sus cuatro toneladas de peso, la bomba de uranio enriquecido, fue detonada a 600 metros de altura sobre la ciudad, estallando con una fuerza equivalente a la de 12 mil.500 toneladas de explosivo.
Hiroshima quedó prácticamente reducida a escombros. Se estima que 200 mil habitantes fallecieron en el acto. Pero peor aún resulta imaginar que, pese a la desolación causada por el gobierno de Harry Truman, apenas tres días después otra bomba nuclear, pero de plutonio, bautizada como "Fat Man", fue arrojada sobre Nagasaki.
Sombras
Sombras, a eso se redujeron los miles de habitantes de Hiroshima y Nagasaki. Sombras como dibujadas sobre las calles y sobre los muros. Lo que fue un hombre, una mujer o un niño, apenas quedó como una mancha impregnada sobre la piedra inerte.
Aquellos que no se convirtieron en polvo ardieron por los cinco mil grados centígrados de temperatura, y los pocos que alcanzaron a sobrevivir sólo lo hicieron por unos días más.
Además de los efectos inmediatos de la bomba atómica, pronto aparecieron otras alteraciones de la salud en aquellas personas que aparentemente habían resultado ilesas, como pasó con Sadako.
"Hibakusha" se llaman los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, muchos de ellos afectados por aquellas explosiones cuyos efectos sufren todavía en forma de anemia, leucemia y tumores malignos, además de la extensa lista de trastornos psíquicos y emocionales. Aún hoy cientos de miles de personas siguen necesitando tratamiento médico.
No existe la certeza del por qué el gobierno estadounidense decidió arrojar una y otra bomba. La Segunda Guerra Mundial ya la habían ganado los aliados, los japoneses no podían seguir combatiendo. Algunos investigadores afirman que los bombardeos fueron experimentos nucleares que permitieron demostrar el predominio militar de Estados Unidos en la realidad que emergía tras la conflagración que dividió en dos al mundo.
Lo que sí demostraron es que son capaces de asesinar, destruir y aniquilar. Lo que dejaron de manifiesto es lo peor de los seres humanos, la posibilidad de suprimir al otro que se encuentra indefenso.
Pero también, nos legaron no ellos, sino los pueblos y las gentes como Sadako, la fuerza que nace del dolor más hondo. Ojalá hayamos aprendido a guardar la memoria como una ofrenda, como una grulla, como mil grullas, capaces de surcar el infinito cielo de todas nuestras esperanzas.
(Daniela Saidman)
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