Los medios informativos del imperio tienen sus mañas predilectas. La tergiversación, la manipulación y el silencio forman parte de ese aparato que trata de establecer en las mentes imágenes y cánones favorables al sistema, no importa cuan alejados de la realidad estén.
Y es el caso de las maneras en que, desde sus propios inicios hace casi dos años, el espectro mediático occidental, proyecta la crisis económica que estalló en los Estados Unidos y que se ha extendido con fuerza a la economía capitalista en su totalidad.
En un primer instante, cuando crujieron con especial barullo las burbujas financiera, bursátil, inmobiliaria y crediticia en la gran potencia del Norte, y a tono con una alarma generalizada, la propaganda se centró en la manida frase de “cambio en las bases del sistema”.
Vale recordar aquellos primeros encuentros de dirigentes de las naciones industrializadas, en los cuales parecería saldría al fin una reforma total del entramado económico vigente, de manera de poner coto al desmedido ejercicio de la irresponsabilidad y la especulación que habían degenerado en un caos que supera, por su magnitud, el de los años 20 y 30 del pasado siglo.
Sin embargo, tras las toneladas de comentarios, informaciones y consideraciones lanzadas sobre la opinión pública, la solución real no pudo ser más decepcionante: la erogación de miles de millones de dólares de las arcas oficiales para socorrer a los promotores del desbarajuste fue la respuesta. Nada más.
Y aquella decisión ha tenido y tiene, por supuesto, sus brutales costos.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el nivel desempleo sigue marcando máximos de casi 10 por ciento, y solo a mediados de este agosto el número de norteamericanos que concurrieron a solicitar auxilio por falta de trabajo creció hasta medio millón, una cifra sin precedente.
Mientras, Europa resentida hasta el tuétano, sigue enfrentando altos déficit en materia productiva y comercial, y la solución no es precisamente brindar socorro oficial a los ciudadanos más necesitados y preteridos, sino todo lo contrario.
Los recortes de los gastos públicos están al día en el Viejo Continente, y se concentran en la eliminación de subsidios a los urgidos, baja o supresión de las erogaciones para salud y educación y, por supuesto, disminución de las posibilidades de trabajar para una masa creciente de personas que ya no creen en el adormecedor cántico de la sociedad de “bienestar general”.
Sin embargo, como ha dicho recientemente el líder revolucionario Fidel Castro, hay soluciones aún viables si el planeta es capaz de zafarse de una vez de un sistema cuya única base es la explotación del semejante.
De manera que es ingente un nuevo orden, asegura Fidel, donde “los recursos no renovables sean preservados; el cambio climático, evitado; el trabajo útil de todos los seres humanos, garantizado; los enfermos, asistidos; y los conocimientos esenciales, y la cultura y la ciencia al servicio del hombre, asegurados.” ( Néstor Núñez)
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