Juan Diego Nusa Peñalver
Bañada por las cálidas aguas del Mar Caribe, la Riviera Maya, del estado mexicano de Quintana Roo, será la sede el próximo lunes y el martes del segmento presidencial de la Cumbre de la Unidad: América Latina y el Caribe (CALC), que pretende forjar los cimientos de una organización regional, inédita hasta el presente, que integrará a las 33 naciones localizadas al sur del río Bravo y hasta la Patagonia, sin injustas exclusiones, pero también sin las incómodas presencias extrarregionales de Estados Unidos y Canadá, como ocurre en la desacreditada OEA.
Si la I CALC celebrada en diciembre del 2008, en Sauipe, Brasil, sobresalió por darle el puntillazo final a las absurdas imposiciones de EE.UU. de excluir a Cuba de su entorno geopolítico natural, en su sempiterna guerra contra la nación cubana, esta nueva invitación unitaria podrá tener el mérito de poner, digámoslos así, la primera piedra fundacional del futuro edificio de la integración latinoamericana y caribeña, llámese como se llame finalmente.
La agenda del cónclave presidencial en la Riviera Maya, de acuerdo con expertos cercanos a la organización del encuentro, es sustanciosa: la nueva institucionalidad; retos y oportunidades de la subregión ante un contexto económico incierto; integración, comunicación y convergencia de los procesos subregionales, la asistencia a Haití tras el terremoto, y el no menos urgente tema del cambio climático.
Un asunto espinoso, dado el balance regional de fuerzas y teniendo en cuenta el interés y la injerencia extrarregional, será el caso de Honduras y su nuevo presidente, Porfirio Lobo, electo bajo la ruptura del orden constitucional en esa nación centroamericana.
Además, la Cumbre en la Riviera Maya debe abordar el reclamo argentino de devolución de las Islas Malvinas, arrebatadas a la nación austral por el imperialismo británico; y la exigencia de cese del genocida bloqueo económico, comercial y financiero que desde hace 50 años aplica la Casa Blanca contra Cuba, situación que en nada ha cambiado bajo la administración de Barack Obama.
La nueva organización regional que se espera lanzar en esta Cumbre ha de permitir enfrentar los urgentes reclamos de nuestros pueblos cansados de tanta retórica, explotación, exclusión social, desunión o estrechos nacionalismos.
Un foro propio para los latinoamericanos y caribeños, que aborde con óptica propia fenómenos tan dramáticos como la pobreza, que al cierre del 2009 afectaba a 189 millones de personas (34,1% de la población total), el narcotráfico, la insalubridad, el analfabetismo y el estancamiento económico.
Igualmente, es un hecho que este grupo de naciones precisa de un mecanismo que le permita discutir con otros bloques regionales en igualdad de condiciones.
No es un secreto que la unidad y la integración han sido por antonomasia la asignatura pendiente y que han provocado una multiplicidad, y en ocasiones duplicidad, de esfuerzos en este caro anhelo en ocasiones frustrado y saboteado desde afuera, pero también desde dentro.
Ahí están experiencias, unas más exitosas otras menos, de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), el foro de integración más antiguo de América Latina (al que pertenecen Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela y Cuba), cuyos orígenes se remontan a 1960, cuando se creó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), que fue modificada en 1980 con el Tratado de Montevideo, que dio nacimiento a la ALADI; o el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA), la Comunidad del Caribe (CARICOM), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), la Comunidad Andina de Naciones, el Sistema Centroamericano de Integración (SICA), la Asociación de Estados del Caribe, hasta las más recientes y prometedoras iniciativas cristalizadas en la Unión Sudamericana de Naciones (UNASUR) y la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que no son del agrado de Washington por representar una contención a sus apetencias imperiales en lo que consideran su patio trasero.
El valor de la unidad es inestimable, pues solo una integración basada en la cooperación, la solidaridad y la voluntad común de avanzar hacia niveles más altos de desarrollo puede satisfacer las expectativas de los 550 millones de latinoamericanos y caribeños, al tiempo que se preserve la independencia, soberanía e identidad de sus naciones.
Hoy se adelantan en el subcontinente una serie de transformaciones, fundamentalmente en el orden social, que requieren necesariamente de la unión de nuestros pueblos.
De ahí que en los últimos años hayan florecido los pronunciamientos políticos y las iniciativas que proponen nuevas fórmulas de integración y que sea este el momento para la proposición de un paradigma regional.
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