Eugene Robinson*
Bajo las nuevas reglas provocadas por el fallido ataque terrorista del día de navidad, pasajeros de líneas aéreas que llegan a Estados Unidos procedentes de 14 países serán sometidos a un examen adicional: Afganistán, Argelia, Cuba, Irán, Iraq, Líbano, Libia, Nigeria, Paquistán, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Siria y Yemen. Para esta primera prueba de la nueva década, ¿qué país no encaja con los demás?
La respuesta obvia es Cuba, que representa una amenaza de terrorismo igual a cero. Cuba no es un Estado fracasado, donde se encuentran franjas de territorio fuera del control del Gobierno, sino que es una de las sociedades más duramente bloqueadas del mundo, un lugar donde la idea de que un ciudadano pueda conseguir y llevar en sus manos explosivos plásticos, armas o aditamentos terroristas de cualquier tipo, es simplemente ridícula.
No hay historia de un Islam radical en Cuba. De hecho, apenas hay historia del Islam en absoluto¼ La Isla está entre los últimos lugares en la Tierra donde Al Qaeda trataría de establecer una célula, y mucho menos planificar y lanzar un ataque terrorista. Sin embargo, Cuba está en la lista porque el Departamento de Estado aún considera que es —junto con Irán, Siria y Sudán— un estado patrocinador del terrorismo.
¿Es esto serio? ¿No pesa que la Sección de Intereses de EE.UU. en La Habana es uno de los pocos puestos diplomáticos norteamericanos en el mundo abierto a la actividad normal, sin el aumento aparente de medidas de seguridad desde los días de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001?
La administración de Obama ha protagonizado movidas admirables para alinear la política exterior de EE.UU. hacia una mejor correspondencia con la realidad objetiva. Pero el movimiento hacia Cuba ha sido provisional y vacilante, en el mejor de los casos.
El mes pasado, el corresponsal del New York Times, Tim Goleen, asistió a una conversación a la hora del almuerzo —y a un mini concierto— en Washington, con Carlos Varela, un cantautor al que menudo se le ha llamado el Bob Dylan de Cuba. El evento, patrocinado por la New America Foundation’s, U.S.-Cuba Policy Initiative y el Center for Democracy in the Americas, fue notable por un hecho que podría ser el preámbulo para muchos cubanos: el viaje anterior de Varela a Estados Unidos fue en 1998. Quería venir de nuevo en el 2004, pero el gobierno de EE.UU. le negó la visa.
La administración de George W. Bush adoptó una política de línea dura que negaba visados a la mayoría de los artistas cubanos, entre ellos algunos que estaban tratando de venir, porque habían sido nominados para los Premios Grammy. El hecho de que Varela obtuvo una visa ahora, parecía indicar un deshielo parcial pero aún no ha sido un retorno completo al statu quo pre-Bush, cuando la cuestión que preocupaba era si los músicos cubanos podían venir con permiso del Gobierno de Fidel Castro, no si el gobierno de los EE.UU. los dejaba entrar.
En mayo, la administración de Obama le negó la visa al mundialmente famoso cantautor cubano Silvio Rodríguez, quien había sido invitado a un concierto en Nueva York para el 90 cumpleaños del legendario Pete Seeger. Supongo que es posible establecer una distinción: Rodríguez es conocido como un verdadero creyente en el sistema comunista que Fidel Castro ha instalado, mientras que Varela, sin criticar explícitamente el gobierno, utiliza matices y metáforas¼ ¿Pero desde cuándo Estados Unidos tiene miedo a la exposición de la ideología de la competencia?
La administración de Obama ha avanzado lentamente en la dirección correcta. En abril pasado, el presidente levantó las restricciones sobre la frecuencia con que los cubano-estadounidenses pueden visitar a sus familiares en la Isla y la cantidad de dinero que autoriza enviar a los miembros de su familia. Básicamente inalterados, sin embargo, están los principales pilares de un lastre de medio siglo de la política hacia Cuba: la prohibición que mantiene para casi todos los demás estadounidenses, que no pueden viajar a Cuba, y el embargo comercial (bloqueo n.r) que prohíbe a las compañías de EE.UU. realizar negocios allí.
Por supuesto, el presidente ya tiene bastante en su plato. Él puede estar reacio a introducir otra variable. No es difícil imaginar que un senador o un grupo de miembros de la Cámara celebrarán, por ejemplo, mantener como rehén la reforma de Salud si se produce un cambio de la política hacia Cuba.
Pero es difícil para mí creer que Obama no ve cuán loca es en realidad nuestra política actual. Tiene que cambiar y puede empezar por dejar de pretender que busca terroristas de Al Qaeda en vuelos procedentes de Cuba, lo cual no es otra cosa que una gran pérdida de tiempo. (Fragmentos de la versión del artículo realizada por Cubadebate)
*Columnista del Washington Post
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