Invitado oficialmente por el ICAIC, el realizador de Cinema Paradiso se espera que esté en la Isla pocos días antes del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Por:Joel del Río
Giuseppe Tornatore (Bagheria, Palermo, 1956) tenía cuatro años cuando su padre lo tomó de la mano y lo llevó a ver Los diez mandamientos, larguísima superproducción bíblica estilo Hollywood, que mantuvo al niño sobrecogido en su luneta y, tal vez, cimentó su afición por las películas de dos horas o más.
Su primera película, Il Camorrista (1987), duraba dos horas 40 minutos: el retrato del hampa napolitana que combinaba la espectacularidad del cine de gánsteres con la reflexión sociopolítica. Su segunda película, la adorada Cinema Paradiso (1989) le ganó fama mundial, el Premio Especial del Jurado en Cannes y el Oscar, a pesar de sus bien prolongadas dos horas de nostalgias, remembranza y homenaje al cine ambientado en un pequeño pueblo de Sicilia, en los años 50; circunstancias indiscutiblemente autobiográficas, que el cineasta recreó mediante claves tragicómicas cercanas a las que pulsara ese genio tutelar que fue Federico Fellini en su clásico Amarcord.
«Quería hacer una fantasía sobre una época, cuando ir al cine constituía una gran sorpresa y una excitación tremenda —declaró a la revista Screen International en 1989. Ese tiempo pasó, y quise recrearlo en una película retro que no fuera estrictamente realista. Por eso, está la “exageración” de un proyeccionista que colecta los fragmentos de los besos demasiado “calientes” que habían sido censurados».
La célebre película de Tornatore no pretendía convertirse en un libelo contra la censura. Intentaba, más que todo, exaltar el misterio del viejo cine, y rendirle tributo a su capacidad para hacer reír, llorar o soñar.
Como toda gran película, Cinema Paradiso no tenía, no tiene, únicamente las lecturas que sugiero en el párrafo anterior. Puede verse una y otra vez y descubrirle sucesivos estratos de significación. Cuenta también una fábula preciosa (acusada por los «recontrarracionalistas» de sentimentaloide) sobre la curiosidad infantil que nunca debiéramos abandonar, la nostalgia de alguien todavía joven por un tiempo perdido, la angustia del primer amor y todas las esperanzas, desilusiones y alegría de una etapa de la vida que suele recordarse más feliz y gratificante.
Hacía llorar la película, claro que le sacaba las lágrimas a muchísimos espectadores, pero la capacidad de conmoverse con una película hasta las lágrimas puede ser ridícula solo si es evaluada desde la pedantería teórica inconmovible. Tanto gustó el filme, que Tornatore y su productor decidieron reeditarlo, añadirle más o menos la hora de metraje que le habían sustraído para hacerla más comercial, y así apareció el llamado «corte del director», notablemente más extenso y recreado.
Antes de entrar al mundo del cine, y de rendirle tan elocuente homenaje, Tornatore había practicado la fotografía. Con solo 16 años puso en escena textos de Pirandello con una compañía de actores aficionados. Luego realizó varios documentales y trabajó para la televisión. En 1984 escribió y dirigió la segunda unidad de Cento giorni a Palermo, en la cual se acogía ya al tratamiento de los temas que mejor conocía: su Sicilia natal, sus personajes populares, los arrebatados y delirantes, amén de cierto romanticismo pesimista o nostálgico que lo acompañará en sus siguientes obras: Estamos todos bien (1990) y Una pura formalidad (1994), consagradas, más que todo, a potenciar el histrionismo superlativo de Marcello Mastroianni y Gerard Depardieu, respectivamente.
En 1995 describió el retorno a la Sicilia del pasado, y al cine de aquel entonces, en El hombre de las estrellas, donde se notaba, quizá demasiado, el intento por recuperar la magia de Cinema Paradiso.
Luego, la superproducción internacional tocó a su puerta. Por solo hablar de sus virtudes, La leyenda del pianista sobre el océano (1998) presentaba sobrecogedora interpretación del británico Tim Roth, desbordado virtuosismo fotográfico del húngaro Lajos Koltai, y adorable partitura del maestro Ennio Morricone. Si en esta película el protagonista se obsesionaba con la música y el confinamiento en un trasatlántico, en la siguiente, Malena (2000), la inobjetable Mónica Bellucci representa a una joven viuda, golpeada por la envidia y los prejuicios, que en 1940 se convierte en la obsesión erótica de un pueblito, otra vez siciliano.
Guionista de sus películas, en 2006 Tornatore se ganó nuevamente el favor de buena parte de la crítica mundial con La desconocida, dramático análisis del doloroso tema de la prostitución entre jóvenes emigradas provenientes de Europa del Este, que consiguió ganar cinco premios David de Donatello (equivalentes del Oscar en Italia) por mejor filme, director, actriz protagonista, fotografía y música, a cargo de su siempre fiel Ennio Morricone.
Imágenes absorbentes, excepcional capacidad para recrear atmósferas psicológicas del pasado, fidelidad al melodrama, capacidad para el suspense y la emoción, altísimo nivel histriónico, son algunos de los dones que nos regala el cine de Tornatore y que ha reiterado en su más reciente propuesta, Baaria, la puerta del viento, su película más autobiográfica, donde vuelve a dirigir a la mítica Bellucci en una historia, por supuesto, ítalo-sureña.
Según se ha publicado en diversos medios, emprenderá luego el ambicioso proyecto épico, largamente acariciado, titulado Leningrado, que de seguro traerá un Tornatore menos local y pintoresco.
Más confirmada que la realización de Leningrado está la próxima visita de Tornatore a Cuba. Unos pocos días antes de que comience el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en los últimos días de noviembre —con más exactitud entre el 20 y el 27—, debe estar entre nosotros, en visita oficial al ICAIC, con un ciclo de películas incluido, uno de los más afamados y representativos cineastas italianos y europeos de los últimos 30 años. Será excelente ocasión para repasar sus obras y encontrar muchas otras sugestiones, además de las que apunto y anuncio en este artículo noticioso.
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